A ser feliz también se aprende. La felicidad no es sólo el éxito, la consecución del objetivo, sino disfrutar del trayecto, ser tolerante con el error y encontrar el equilibrio para que ni la euforia ni la decepción te confundan.
Suele relacionarse la felicidad con la música o con la danza. O con la interpretación, placeres del gusto y de la calidad de vida. Quien tiene tiempo para ello, puede aspirar a ser feliz, cual endorfina o analgésico natural que convierte tu vida en alegría y felicidad. Asociamos analgésico a eliminar el dolor. Y es que el dolor es el principal causante de la infelicidad. Por tanto, eliminarlo, una de las mayores fuentes de felicidad o satisfacción. El tratamiento paliativo contra la agonía del dolor debe ser algo parecido, aunque signifique que el sujeto se venza y se despida de todo lo que le ha vivido, le haya hecho feliz o no tanto.
Aunque la felicidad, como decía un amigo mío, es (muy) interpetable. Lo primero que me viene a la cabeza cuando se habla de felicidad es la fugacidad del sentimiento. Porque dura poco, como todas las emociones, supogo. Son interpretables y, sobre todo, depende de cómo las sientas y si sabes sentirlas. Es decir, ser consciente que eres feliz. A ser feliz, también se aprende. Como dice el filósofo de la felicidad, Zygmunt Bauman: «No es verdad que la felicidad signifique una vida libre de problemas. Una vida feliz implica tener que superar los problemas«, poniendo énfasis en el camino, no en el final o en el reto conseguido.
Es aquello de correr es de cobardes, banalizando el esfuerzo de los runners para preparar y sufrir por conseguir llegar a la meta en un maratón. Es que el esfuerzo para conseguirlo ya da la felicidad. Entrar en la meta es el éxtasis, como lo es el orgasmo en el sexo: la felicidad es todo el camino. Aunque es cierto que, si no se logra el orgasmo, siempre queda cierta decepción, como si te quedaras a un kilómetro de la meta.. La felicidad no es el éxtasis, pero éste ayuda. La lesión que te aparta de la meta es un cierto fracaso, y dura mientras estás lesionado, y te queda la duda y cierta frustración siempre. La victoria exige otra que la confirme. La superación del fracaso es felicidad, pero hay que saber verla. En la cultura china weiji sifnifica crisis. La primera parte de esa palabra es wei y significa peligro; la segunda es ji y, aunque su significado no es exactamente oportunidad, si se habla de un momento crucial. Superar el weiji es un momento feliz. Perder un trabajo es un peligro, pero también una oportunidad. Recrearse en el wei y despreciar el ji, es el mejor camino para llegar a la tristeza y a la melancolía.
Alegrias cortas, decepciones para siempre
Llorar de felicidad, se llora un rato. Pero es un momento, el éxtasis. Sin embargo, llorar de pena es algo más profundo porque la pena perdura más, se lapa a la piel. Una desgracia deja huella. Nacer es alegría, felicidad. Morir es tristeza, zozobra. La alegría del (re) encuentro es efímera. La pena, la saudade, la nostalgia de la distancia es persistente, es duradera.
Tal vez, para ser feliz, se debería alargar esos momentos y dejar que pasen de ser gaseosos a ser más estables y duraderos. Para ello hay que guardar, ¿hay que relajar las euforias y minimizar las penas?. Es decir, ¿hay que entrar en una materia algo más gris que nos permita, sin alardes, encontrar el equilibrio que nos libre de los vaivenes? Encontrar el umbral de felicidad (y el de tristeza) te permite situar el lugar en donde, en tu caso, puede estar el equilibrio que relativice al mismo tiempo tus alegrías y tus penas. Quizás no eres ni tan feliz ni tan desgraciado, pero si tu calma dura más tiempo te puedes llegar a sentir feliz de forma más prolongada.
Pero claro, esto sólo lo pensamos cuando nos invade la tristeza, que es más dificil de gestionar. En la alegría, sabemos dejarnos llevar. Y lo disfrutamos. En la tristeza, no. Y nos deprimimos y pensamos que es perdurable en el tiempo. Hay desgracias que nunca se olvidan, alegrías, pocas. NI siquiera aquella de ver nacer a tu hijo. La alegría es inmensa, pero su intensidad no perdura porque con el paso del tiempo genera alegrías pero también penas, preocupaciones y decepciones. La llegada de un hijo a la vida es la felicidad más perdurable que tenemos y, por el contrario, su pérdida no es recuperable, deja marca, la tienes para siempre porque rompe con la linealidad vital y se convierte en el duelo más devastador, en un sentimiento inversamente proporciona y antagónico: «no hay amor como el de una madre y dolor como la muerte de un hijo» La vida es una sucesión de hechos en los que lo anómalo es que los padres entierren a sus hijos, pero ello nono es anti-antropológico. Soren Kierkegaard denominó aquello de la vida lineal individual: «La vida solo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia adelante«, también como forma de superar las adversidades.
Euforias, emociones…
Pero no somos autómatas, y nos gustan las euforias. Ponerse de perfil en la emoción es ser equilibrado en tu propia felicidad. Sentir las cosas desde el sosiego es o puede resultar placentero. Lo que da placer suele hacerte feliz. Y lo que te hace feliz mejora tu vida. No se trata de buscar los extremos, sino de hacer posible que el mayor tiempo pertenezcamos , más que felices o eufóricos, disfrutando de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea, euforias incluidas. No es más feliz el que ser ríe más fuerte, sino que, probablemente, el que se ríe más veces. Dicho de otra manera, el que se ríe de forma genuina como define de Fiodor Dovstoievski, «una risa completamente espontánea, sincera y pura que no contiene malicia, falsedad, sarcasmo ni nerviosismo«. O lo que es lo mismo: la risa inocente de un niño. Podemos concluir aquello de que lo importante no es caer (la tristeza), sino saber cómo levantarte (la alegría), no la marcha, sino la vuelta, no el dolor sino la recuperación. Y reconocerse como feliz, sea el grado que sea, es una forma de levantarse, incluso en la desgracia.
