Fisterra, faro final

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Esto va de faros, de cubrir distancias entre los ocho faros más importantes de la Costa da Morte… De norte a sur, y por oden de paso: Sisargas (no se llega, pero se observa desde la salida de Malpica), Punta Nariga, Faro Roncudo, Laxe, Camariñas, Muxia, Touriñán i Fisterra, faro final… Punto de partida de los recuerdos, y punto de conexión de los caminantes, llamados trasnos entre los asistentes. Han sido 7 días intensos, de potenciar mis sentidos, mi resistencia, gestionar los silencios, los cansancios y las molestias… Días de comer sin hambre y beber sin sed, porque el sobreesfuerzo exige un aporte para que el desfallecimiento no te coja, porque no suele avisar. 8 días (7 en mi caso), 8 faros, y uno que se quedó delante nuestro en el inicio, en la reserva natural y de aves de las Islas Sisargas, que ya visité en la vez anterior que estuve en la Costa da Morte.

De izquierda a derecha, fotos de los faros por orden de paso. Punta Nariga (con Dani), Roncudo, Laxe, Camariñas, Muxia, Touriñán y Fisterra.

Empecé esta aventura sólo y en una voluntaria soledad, buscando mi umbral del silencio, y lo acabé con ese punto de euforia compartida que me ha acompañado todo el camino, 203 kilómetros, 8 etapas en 7 días. Inicié el camino en el turno del lunes, con el otro solitario del camiño, el polaco Marcin, que tenía la pausa y la paciencia para hacer fotos espectaculares, mientras otros siempre íbamos con la prisa del reto deportivo, casi haciendo fotos y videos sin parar. Cada uno tiene un carácter.

La doble etapa me hizo adelantar un turno, y encontrarme, primero con las chicas de Cantabria, las facebookianas de la ruta. Gran colección de fotos y siempre una sonrisa. A sus atardeceres rojos… El gran Serrat les cantaría aquello de mi Mediterráneo, porque su ritmo estaba a las antípodas del mío: veían anochecer en ruta. Genial. Cada uno hace su camiño, y el de cada uno es diferente.

Después, María José y el italiano Francesco (rebautizado como Patxi por las navarros), un ratito de la sexta etapa, y la última, disfrutando de su compañía. Son andadores veteranos y con experiencia. Yo, en cambio, era la primera gran ruta, y además siempre iba corriendo.

Y el último, el grupo de los navarros. Qué ritmo, regular y muy seguro. Andando me costaba seguirlos; corriendo, claro, no. Ha sido mi gran enseñanza. Me he encontrado cómodo corriendo, pero torpe y lento andando. Asignatura pendiente. Os dejo las fotos de algunos de los grupos del camiño, gracias a Fernando, que me las ha pasado.

Fisterra: quién dijo que esto se acaba?

Personalmente, la de Fisterrra ha sido la etapa más difícil, pero por las condiciones del tiempo. La intensa lluvia a partir de las antenas, hizo el final complicado, y más como fue mi caso, no llevaba el abrigo adecuado. El chubasquero no sirve, te cala. Al paso por Fisterra y con la lluvia y la niebla tapando el Faro, la última subida la dejé para el lunes que, afortunadamente, salió soleado y pude cazar la instantánea del séptimo faro alcanzado.

Y llegó el final de todo ésto, que genera endorfinas suficientes y buen rollo para emprender los más de mil kilómetros de vuelta a casa. La etapa entre Nemiña y Fisterra la inciamos en Lires. La marea podía hacer que, al atravesar la playa de Nemiña, la etapa ampliara de forma significativo el resultado final. Cultura taxista que aconsejó el traslado a la vecina Lires. Etapa dura, con llano, playa, senderos por acantilados… Especialmente pesado la travesía de la Praia do Rostro i la correspondiente subida a la Punta do Rostro. Playas, cabos, puntas y miradores es una constante del camiño, fiel a esos dientes de sierra que siempre teníamos que hacer en el mapa peninsular cuando, en el colegio, dibujábamos el mapa y teníamos que hacer esa gran cantidad de entrantes y salientes de la costa gallega, especialmente, la de la Morte.

Playas, cabos, puntas y miradores es una constante del camiño, fiel a esos dientes de sierra que siempre teníamos que hacer en el mapa peninsular cuando, en el colegio, dibujábamos el mapa y teníamos que hacer esa gran cantidad de entrantes y salientes de la costa gallega, especialmente, la de la Morte

Bahías y ensenadas tranquilas comparten paisaje con grandes acantilados de aguas bravas. Grandes y frondosos bosques, con vegetación de matorrales, helechos, cardos y otras especies punzantes, que te hacen estar muy atento al camino. Algunos caminos, con cerrada vegetación que, en algunos casos, crean un microclima cálido, con un calor que notas como sube desde la tierra.


La etapa de Fisterra te permite despedirte como empezaste en Malpica, con estrechos senderos lindando los acantilados por los que puedes ver las formas diferentes que causa la erosión del mar en las rocas, dibujando, por ejemplo, este saliente en forma de cocodrilo agazapado esperando salir a por su presa. La subida al Faro la realicé al día siguiente. El domingo, la cima está cubierta de una espesa niebla, que seguramente reducía la visibilidad de la estampa que sí tuve la fortuna de ver el lunes, con un sol radiante.

La experiencia del camiño no se olvida, y engancha. He tratado de contar mi experiencia más allá de lo que iba viendo. He tratado de contar lo que iba sintiendo en cada momento, compartir las sensaciones que tenían los amigos caminantes y, para todos ellos, y muchos con experiencias en grandes rutas y montañas, la Costa da Morte es una ruta diferente a todas, que la hace única y realmente encantadora.

Celebración y homenaje

Dejo para el final, lo que del principio ha sido mi mayor apoyo: Dani, gestor de Casa de Verdes, en la parroquia de Cundins, de Cabana de Bergantiños, y desde donde hace dos años, en mi primera visita a la Costa da Morte, empecé a dibujar este desafío. Y María, que ha tenido siempre palabras de apoyo. El octavo faro, no fue ni de piedra ni a la orilla del mar, fue degustar y compartir un buen chuletón de rubia gallega, en el Puerto Fisterra, donde Kiko, amigo personal de Dani, nos trató de maravilla.

Y, por último, la referencia inicial, el banco de los Picotiños, donde un día antes de iniciar la ruta, la altura me sirvió esta imagen de la Costa da Morte, que me puso a los piés el desafío.

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Los silencios del Camiño

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En la radio, un segundo de silencio, es una eternidad. En la televisión, un segundo sin imagen es una tragedia. Cuando nace tu primera hija/o, un segundo sin escucharle respirar es una alarma de pánico pegada a tu almohada En la Costa da Morte el silencio sólo lo rompe el mar y su oleaje, las gaviotas que encuentran en estas costas su hábitat natural, y los insectos, que te acompañan con sus seseo toda la etapa. Abejas, avispas y lagartijas es parte del paisaje. Sonidos de los pequeños anfibios, asustados por nuestra presencia, son las únicas voces que me han acompañado. Hoy, los navarros y María José y el italiano rebautizado Patxi.. han sido acompañantes esporádicos de mi etapa. Empiezo a superar el umbral de silencio que vine a encontrar. En Malpica, la ausencia de ruido era una necesidad. Camino de la surfera playa de Nemiña , era más consciente del silencio voluntario de este viaje. Me siento más yo…  y en Nemiña, entre risas y cervezas, el silencio dejó  paso al  magnífico ruido tabernero. Objetivo cumplido. Cuando dejan de molestar el ruido y las palabras,  te das cuenta que el mundo no ha dejado de rodar sobre sí mismo. Yo, sí.

Praia de Nemiñ desde Talón

Nemiña, hermanada con Niñons

La séptima etapa es la más dura, sin duda. Rivaliza con Niñons-Ponteceso, pero no tiene en cuenta que, para los caminantes que se alinean con la Costa da Morte en ocho días seguidos, llegar a Nemiña es mucho más duro que hacerlo a Ponteceso. Las dos tienen un final con déficit de peñascos y exceso de asfalto. Pero las dos son etapones con el sello del Camiño dos Faros. Un sube-baja casi habitual, y la bravura del mar y los peñascos como imagen continua, como el atrezzo teatral de una obra marina.

Descubres al pescador de pulpos, al percebeiro, la embarcación de recreo, el collage que forman las manchas de espuma encalladas en calas de bella vista y difícil acceso. Camino de Nemiña, cuesta olvidar Muxia. La ves próxima al salir, esbelta al subir el primer peñasco (dos exigentes subidas de inicio) y siempre presente, con el Faro del Cabo Vilán como testigo de nuestra mirada. Es el momento mágico del camiño, cuando la vista llega a dislumbrar tres faros. Muxia, Touriñan y Vilán.

El Camiño llega a su fin. Espera Fisterra, poniendo cara al fin del mundo. Aquí coinciden santiaguistas y faristas. Muchos de los que llegan al camiño, lo han hecho después de conocer el institucional camino apostólico. Otros, lo hemos descubierto por sorpresa. Si te acercas a la Costa da Morte, te enamoras de ella, y dejas un trozo de ti en sus acantilados. Y por eso, siempre tienes en mente volver. Mañana, al fin del mundo.

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Vilán, el faro eterno

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El Faro Vilán es capaz de alumbrar a una distancia de 55 kilómétros, distancia que guía en las embarcaciones que luchan contra la fuerza del mar en la Costa da Morte. El Faro del Cabo Vilán, para los caminantes del camiño, tiene un efecto debastador: se vé desde mucho antes que la etapa acabe (una vez superado el Monte Blanco), y se sigue viendo más de dos horas después, ya acercándote a Camariñas. Igual que Muxia, que se ve más cerca en el trayecto de Vilán a la ciudad, que cuando emprendes la etapa al día siguiente, que se esconde en un trayecto largo, larguísimo, a veces parece como si se quisiera hacer deliberadamente más largo, lo que desluce la belleza de una etapa cuyos senderos, en su mayoría llanos, te permiten caminar protegido, ensimismado, fresco y ¡ojo!, al lado del mar, en este caso, la tranquila bahía que baña Laxe, Ponte da Porto i Muxia, entre otros… Dos etapas y un destino: Fisterra, a esta parte del mundo.

El Faro Vilán, un referente visual en la etapa

Dos maratones, en dos días…

El etapón pasó. Cuando este post salga a la luz, ya habré completado la sexta etapa, la más larga, entre Camariñas y Muxia -aunque mi GPS marcara más distania en la sexta etapa que la suma de la cuatro y la cinco, pero en fin. La etapa reina ha sido la que realicé entre Laxe y Camarillas, pasando por Arou. Era la etapa, mi etapa, y resultó dura pero muy gratificante superarla. De los 42km, unos 35 corriendo, mi mayor distancia a pié. Y eso es lo que me ha motivado todo el trayecto. Una etapa, ara mi, dividida en tres partes:

Laxe-Arou es una pasada recorrerla. Corta y bonita. Las sendas te invitan a correr. Sólo el paseo de Camelle me dió pereza: por asfalto no corrí. 

De Arou hasta el Monte Blanco (que no se sube por motivos medioambientales y de conservación), una continuidad. Tras el monte, las dunas, las playas. Evité correr para no cargar las piernas, pero aún así, las piernas se cogían al suelo. La distancia y el terreno llevaron a pequeñas molestias, que quedaron resueltas con un antiinflamatorio.

El último tramo hasta Camariñas, viene marcado por el devastador efecto psicológico de ver el Faro  Vilán a falta de más de dos horas para el final. La llegada a Camariñas se hace esperar, y aparece de la nada, por sorpresa, como pasó con Muxia, y también recuerdo parecido en Ponteceso

.

Un día en el que poco se podía hacer más allá de estar concentrado en las marcas del terreno -por cierto, con diferencia las dos etapas mejor señalizadas- Controlar las piernas y los piés, concentrarse en las pequeñas molestias, mirar de reojo el paisaje y, de vez en cuando, pararse y comprobar que no estás en la luna, en el medio del rodaje de una película de ciencia ficción o simplemente detenerse, relajar piernas y respiración y disfrutar de los millones de miradores que te ofrece la ruta.

Muxia o el arte de llanear

La bici es mi sitio, mi zona de confort deportiva, y por este camiño significa un doble reto. Ver los límites de mi cuerpo en un ecosistema que no es el mío, y asimilar esfuerzos diarios poniendo exigencias, como el etapón. El trayecto a Muxia es una oda al llaneo, al ritmo constante y a la larga tirada. Y así lo tomé y lo disfruté, aunque se me hizo largo. Los senderos de frondosa vegetación siempre bordeando la bahía de aguas calmas, la final lluvia que cayó primera hora y la eleva natural de un entorno con la mente puesta en la inalcanzable Muxia, convierten a la sexta en una etapa única, lejos del acantilado feroz, y envuelta en un aspecto más fluvial, similar a los tramos del camiño que bordean el Anllóns. Mañana, penúltima etapa, con final en Nemiña. Pero eso será ya cosa del post final.

Imagen del Puerto de Camariñas, aguas calmas tras una suave llovizna

La magia del camiño

Son pocos los pensamientos que me están viniendo en esta aventura. Sí estoy comprobando que, más allá del camiño, la sensación que tengo es la de regresar nuevo y con nuevos retos, que iremos contando… Abrumado con la aceptación de los post sobre la Costa da Morte y O Camiño dos Faros, sólo me queda la gratitud. Que las aguas bravas del Atlántico remuevan los pilares que han movido mis pasos hasta la fecha es una coincidencia que me encanta. Porque, falto de creencias de fe, sí me inclino por aquello de que las cosas  pasan por algo siempre, y que las casualidades no sólo existen sino que además suelen traer, cual regalo de Navidad, nuevos presentes. Que el Camiño os repare a todos. Y, en todo caso, que desnude vuestra tensión. Las paradisiacas playas de la Costa da Morte atraen nudistas, campistas asilvestrados, surfistas, gente que elude las multitudes y que huye, por fortuna, de los paseos marítimos de hormigón. Una delicia.

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De Barda a Monte Castelo con Machado

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Dos etapas, dos días. Es lo que tiene esto de escribir. Requiere concentración… y tiempo. Dos etapas diferentes. A medida que bajamos al sur de la Costa da Morte, el paisaje cambia. Cundins y Ponteceso me despertaron el martes con lluvia, aunque se fue en minutos. Pero el agua en la vegetación hizo de la primera parte del trayecto, hasta el Faro Roncudo (foto de portada)  fuera un chop chop constante en los pies, con las zapatillas empapadas, que era como ir andando sobre un colchón de agua, por otra parte elemento natural de Galicia.

La etapa hasta el Faro es exigente y de vistas increibles. Poco a poco, el sol fue poniendo luz al trayecto, pero los primeros kilómetros, con neblina y humedad, me encantaron. También fueron los primeros pasos en solitario, y la verdad, fueron muchos minutos de mente en blanco, sin recordar nada más que imágenes y sonidos, cual ejercicio de meditación, el más natural, sin más pensamientos que el trayecto, las señales y el sinuoso camino que se abre a tus pies con estrechez. 

Como en la bici, ando a sensaciones, casi sin mirar el tiempo, ni GPS para ver el trayecto. A veces, arriesgado. Eso sí, llevo en pantalla el rutómetro, que casi ni miro. Como en mi vida, improviso. Fotos, videos, cantos, sonrisas e incluso emociones, que siempre se producen. Buscaba silencio, la cercanía y el aprendizaje del aburrimiento, del descanso activo. Y lo voy  encontrando. Una conversación por videoconferencia con mi hija, el único acceso al exterior. Y necesario, porque ella era parte de los objetivos de mis pensamientos (el dia a día a veces nos lleva al olvido si, como es mi caso, no comparto su cotidianeidad) Bueno, pues eso, como los pies en la marcha y los complementos alimenticios en la carrera, ella es el motor innato que mueve mi vida (como los vuestros, seguro), pero mi reflexión es que no es como prolongación de la obra de mi vida, sino como felicidad por su propia obra,  no viciada por triunfos o éxitos. Orgullo de ser padre, no de estar.  Y es que como leí hace poco: la familia la crea la lealtad, no la sangre. Y su lealtad no se basa en su ascendencia sino en mi esencia, y así la siento yo.

Bueno, seguimos. En Balarés, descanso y refresco. Elixir en los pies en forma de baño en la playa, eso sí, sólo las piernas. Las aguas da Costa da Morte dan para neopreno. Llegada a Ponteceso, y cenita en Corme con Dani, a modo de despedida. Tocaba decir adiós a Casa de Verdes. Excelente estancia, muy recomendada, no sólo por la instalación sino por la esencia de la misma, un lugar donde soñar, como escribí hace tiempo y como reza el titulo de la emotiva serie de Netflix. A tiro de piedra de cualquier lugar de esta zona, integrada en Cabana de Bergantiños. Conversación necesaria tras meses sin vernos, después de que el puto bicho y las cosas de la vida impidieran que esta aventura tuviera lugar el verano pasado. Nos han pasado tantas cosas que la cena, como suele pasar, se quedó corta. Cosas que pasan..

Atardecer en el Pueto de Corme

Los días en ruta transcurren iguales, como si de un torneo deportivo se tratara. Descanso mental a través de la exigencia física y de la regularidad de los momentos. Por la mañana, caminar; la tarde, descansar, recapitular. Los JJOO de Tokio pasan a las reposiciones televisivas y a las notificaciones de Eurosport. Las horas pasan lentas, pero con emoción. Vine a buscar abrazos mentales que abrochen mis sentimientos más escondidos. Y van apareciendo. Tras la cena del martes, visita nocturna a la playa. La búsqueda de unas algas que, con la fuerza de las olas y la oscuridad de la noche, convierten en magia de colores un lugar (no importa cuál) de la Costa da Morte. Abrazo a María y despedida de Cundins. Al dia siguiente, a Camariñas, centro de descanso de las dos próximas etapas, la de hoy de Ponteceso a Laxe, repetición de la recorrí hace dos años, y que he vivido con la sensación de que salirte de la costa para visitar el Castro de Borneiro y el Dolmen de Dombate es una vuelta de tuerca interior al Camiño un poco forzada, que sólo la vista del Monte do Castelo alivia. Espectacular.

Caminando con Machado

En la mañana del tercer día de ruta me sorprendí cantando el Retrato de Antonio Machado, cantado por Joan Manuel Serrat (y no me preguntes por qué, porque no lo sé) Ahora, ya no se me queda la letra de una sola canción, pero el disco de Serrat al poeta lo recito al dedillo, para acabar gritando aquello de «Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno». Y de eso se trata, de verse bien, bueno, de estar en paz con uno mismo,  de ocuparse sólo de lo que depende de uno mismo. Y así,  los kilómetros, como la vida, caen sin darte cuenta y, en mi caso, entre versos:

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla (…) Mi juventud veinte años en tierras de Castilla (…) Mi historia algunos casos, que recordar no quiero (…) Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna…

Laxe, finL etapa 3
Ponteceso, final etapa 2
Ruta dos Moiños

Y así hasta el final. A veces confundiendo estrofas y su orden pero imitando la particular voz del poeta, el gran Serrat… Todo eso por el paseo fluvial por el río Anllóns. Las gentes que me encontraba de frente ni me escuchaban. Auriculares en las orejas, mascarilla temerosa y aburrimiento en el andar… Tristeza de pandemia.

«Y al echar la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar»

Con estos versos de Caminante, me adentré por la Senda de Os Moiños, que me llevaría al Castro de Borneiro por un camino de vegetación cerrada y en el que sólo se escuchaba el abundante agua -la que hizo funcionar los molinos in illo tempore-,  mi respiración y las pisadas sobre las hojas húmedas. Un viento suave y el abrigo de los árboles hizo sue sintiera cierto frío en el trayecto. Y se agradece.

La magia de Barda

Monte do Castelo es un espectáculo, como lo fue el martes el pueblo de Roncudo, y las múltiples vistas de Punta Nariga, camino de Corme. La Praia da Barda, todavía envuelta en nubes bajas y tierra húmeda, un lujo para los sentidos. Sin olejae, el olor a mar y a humedad de los helechos, dan paso a la arena blanca de esta coqueta playa, escondida como ensenada de la ferocidad, el martes sorprendentemente calma de sus aguas. Un regalo.

Y el jueves, el reto. La etapa doble, la que he preparado con esmero, y de la que espero… No espero más que disfrutarla. 41 kilómetros que pondrán a prueba mi resistencia y mi cuerpo, la única etapa enteramente deportiva, de dos trayectos que ya conozco porque los hice como caminante cuando hice camino al andar. Y hoy, ahora, no soy el mismo. Y Laxe-Arou, y Arou-Camariñas, sólo  mantienen el nombre y mi recuerdo. Hasta mañana. Fins demà…

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El secreto de  Porto Barizo

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Las sorpresas son como el dulce tras el café o el premio del caramelo de los críos. Un ejercicio de buen rollo, que nos llenan, nos iluiminan, nos hacen más felices, y nos permiten ver que no todo está perdido, que las gentes podemos llegar a convivir haciendo la vida más fácil al mundo.

Y, tras la tensa espera, no me esperaba que a la llegada a Cundins para iniciar mi aventura en la Costa da Morte, deambulando de faro a faro por senderos que abrieron los percebeiros para que todos nos deleitemos con su sabor a mar al menos una vez al año, mi llegada estuviera plagada del detalle de la sorpresa.

Nada más entrar en la casa –Casa de Verdes-, tenía a Traski, la mascota del Camiño dos Faros y la camiseta preparada, amén de la empanada gallega. Pero no fue todo, porque sin tiempo ni para pensarlo fuimos al Pico del Sinde (foto) para observar Cabana de Bergantiños, Ponteceso, Corme y el Faro Roncudo, algunos de los sitios que visitaré en la ruta, pero desde lo maś alto. Aperitivo de lo que te ofrece el camino. Será cosa de meigas, que diría Dani.

Al fondo el pueblo de Malpica, inicio del Camiño dos Faros

De Malpica a la Praia e Niñons… #Etapa1

No quiero describir las etapas (eso lo encontraréis en la fenomenal web del Camiño dos Faros), sólo contar cómo la he vivido, qué me ha sugerido. A veces es difícil encadenar letras que expliquen una sensación, como pasa con los sentimientos. Llegar a Malpica ha sido un subidón. Me acompañó mi amigo Dani en esta primera etapa. Y fue no esperado. Una conversación de él, de mi, salpicada de paradas para ver, observar, contar, llamar a las piedras por su nombre. Cada dibujo rocoso que dibuja el mar tiene su apellido. Cada piedra erosionada por la fuerza brava de la Costa da Morte elige una imagen, algunas sugieren algo conocido. Es un espectáculo.

El camino es una mezcla de caminos abiertos y senderos (los más) estrechos, que bordean acantilados, que suben y bajan (constante en todo el camino) y que casi siempre se dibujan siguiendo la linea que delimita el mar. Pasamos de un diente a otro del mapa subiendo y bajando colinas, dejando atrás primero Malpica, luego las Sisargas. De playa a playa. Beo, Seiruga… hasta que llegamos al Puerto de Barizo, donde la subida es ya constante buscando el segundo faro, el primero que pisamos (porque el de la Isla de la Sisargas, lo vemos pero nos queda como testigo desde su soledad de nuestra ruta).

Y en Barizo llega la sorpresa, la última del día. De ir sólo seguramente me lo hubiera perdido. Dos puntos y una ralla abajo nos indica que allí hay mirador, algo que ver. Y así es… Lo que he llamado El secreto del mirador de la Praia do Puerto Barizo (podéis ver si pincháis en el enlace, el video a través de una historia de Instagram en mi perfil) nos lleva a descubrir una de las vistas más emotivas de la preciosa etapa entre el inicio en el Puerto pesquero de Malpica y la Praia de Niñons. El Faro de Punta Nariga es el más moderno de todos los que veré en el Camiño, y su mitad gaviota y mitad mujer, es el recibimiento enfurecdo por el siempre ventoso escenario (en mi visita la mar estaba en calma, y el mar era casi un lago, sin olas, con sol radiante y calor). Era la última sorpresa que me tenía preparada esta primera etapa. Casi nunca esta costa da tregua, y en mis primeros pasos, me la regaló.

Dani&Dani, saliendo del Faro de Punta Nariga (debajo de mi brazo izquierdo)

Llegamos a la Praia de Niñons, escondida, protegida, on marea baja, dos playas en una. Coqueta, encerrada.  Antes, los trozos de un velero cuyos navegantes perdieron el control este invierno. Fueron rescatados, pero sus trozos me recordaron que esta parte de la costa gallega nunca da tregua ni regala nada. Pero a mi, sí me lo dio. Gracias. Fin de la etapa 1. Mañana, más.

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La tensa espera…

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La soledad es un estado de ánimo, seguramente. Aprender a estar sólo (no sentirse sólo) es uno de los ejercicios más edificantes y necesarios que nos encontramos los humanos. La sociabilidad es una característica muy nuestra, pero para nada condición necesaria. Al menos, no si no aporta. Gran aportación que espero me proporcione esta aventura (voy a dejar de llamarlo reto porque no lo es, y porque tampoco no sé si quiero que lo sea). He dicho últimamente que el ocio está sobrevalorado y que la soledad y el aburrimiento están hoy reñidos. Quiero aburrime y no sentirme mal por ello. Buen ejercicio. Huimos de los bares vacíos, de los sitios sin gente porque son aburridos, de las casas vacías de voces porque nos entristece. Pero siempre añoramos la libertad de la soledad. Somos una puta contradicción los humanos.

Que llegue…

Llevo una semana en capilla, cuidando de no hacer un esfuerzo más que después pueda echar en falta. En la bici, siempre decimos: «guarda, que luego te hará falta y si no lo pagarás». Pero he pasado la semana más rara desde hace tiempo. Me subo por las paredes. Y sé que me voy a hartar de caminar, correr… Observar, oler, sentir, escuchar… No aspiro a nada, sólo a disfrutar de la marcha, bien si la hago lenta y pausada (disfrutando del paisaje) como rápida y de superación, poniendo a prueba mi cuerpo y mis fuerzas… Porque mi ánimo no entra en juego. Está a tope.

Como todo en mi vida, improvisaré. Haré lo que me apetezca en cada momento… Hay un plan previsto: ocho etapas en siete días. A partir de ahí, lo que surja. Me encanta la sensación de no saber lo que haré. En la bici (cómo la voy a echar de menos estos días), suelo improvisar los recorridos. En O Camiños dos Faros, pienso hacer lo mismo. Malpica-Nemiña es la primera etapa. En el puerto pesquero empiezo. En el Faro que delimita el mundo, lo acabo. Fisterra. Lo demás será lo que yo quiera en cada momento. Y la vida debe ser un poco eso. Seguimos…

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Destino: Costa da Morte

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En poco más de siete días, estaré en el precioso pueblo pesquero de Malpica, inicio del Camiño dos Faros, una preciosa travesía de 200 kilómetros en la Costa da Morte que será mi reto para este año, complicado y de cambios, pero muy intenso. Intentaré completar una pequeña reseña de cada día… Fotos, videos, sensaciones y cómo voy recorriendo este precioso rincón de Galicia,que me apasiona.

Cuentan que la escritora Annette Meaking, amiga personal de la Reina Victoria Eugenia, mujer de Alfonso XIII, fue la primera que acuñó el término de Costa da Morte, un lugar escarpado, de afilados dientes en el mapa, de infinidad de playas, cabos, faros y un mar fiero que se llevó a sus fondos innumerables embarcaciones.

Naufragios que hoy aumentan la leyenda y que, en versión moderna, todos recordamos por el accidente del Prestige, su inútil gestión, y la solidaridad ciudadana para recuperar un costa rica en todo, pero sobre todo, rica en aromas marinos, en gentes amables, que aman y cuidan su entorno del que viven y vieron desaparecer de la noche a la mañana, y que están encantados que los que vamos nos quedemos prendados de ella.

Video promocional del Camiño dos Faros en la Costa da Morte. Brutales imágenes aéreas

El otro Camiño, un descubrimiento

Hace dos años descubrí el Camiño dos Faros (o Caminho, de las dos maneras lo he visto escrito). No sabía de su totalidad, sino que conocía una pequeña senda entre Corme y Ponteceso. Y no, no es el Camino de Santiago (todos cuando les hablo del Caminho creen que tiene que ver con el colosal camino y sus múltiples ramas de llegada a Santiago o incluso a Fisterra).

Aconsejados por Dani, el responsable de Casa de Verdes, una casa rural en la Parroquia de Cundins, en el término municipal de Cabaña de Bergantiños, hicimos un poco más larga la ruta, empezando por el Faro Roncudo, adonde él mismo nos llevó. Desde ese momento, mi relación con la Costa da Morte fue de admiración y respeto, curiosidad y ganas de conocerla más en profundidad, o simplemente vivirla bajo mis pies, como voy a hacer este año. No se trata sólo de verla, de disfrutar de sus parajes, de dejar huella en su recorrido, sino que se trata de compartir esfuerzo, tratar de que mi cuerpo se adecúe a sus escarpadas en sendas.

En definitiva, un reto que me llevará siete días por el Camiño dos Faros, porque una de las etapas será doble, la que va de Laxe a Arou, y de Arou a Camariñas, un día marcado en rojo en mi libreto de viaje, 41 kilómetros para los que he intentado llegar lo mejor preparado, siendo mi ecosistema natural la bici, pero habiendo descubierto que mis piernas, lejos del asfalto, sí me permiten recuperar correr, pero por montaña.

Y en el caso del Camiño, siempre con el testigo directo del Océano Atlántico, con la mirada puesta en Fisterra, fin del trayecto, como si fuera el fin del mundo, mi mundo, la Costa da Morte durante 7 días. Una experiencia que recorreré conmigo mismo, sin más ayuda que mis pensamientos, mis recuerdos, mis sentimientos y mi mente en blanco, escuchando a mi cuerpo poner a prueba el esfuerzo continuado…. tras un año intenso en que la Calderona me dio el aire y las ganas para afrontarlo…

*Foto del post: Río Anllons, Ponteceso

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