Campaña… y se acabó

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Las Tacañonas y su Campana… y se acabó marcaron mi infancia con el mítico Un, dos, tres… responda otra vez, el concurso que marcó una época televisiva en los ochenta, coincidiendo con el Mundial y cuando el Levante rivalizaba con el Mestalla, Alzira, Gandía o Villarreal por el dominio de Tercera División. Tiempos que, aunque muchos granotas actuales ni vivieron ni les gusta recordar, existieron… Y son la base de lo que hoy vivimos en la máxima categoría y con exhibiciones como la que el equipo tuvo en Pamplona contra Osasuna (1-3). Y digo exhibición por la calidad de su fútbol, más allá del resultado. El vendaval de juego, liderado por José Campaña despejó dudas desde el principio y maravilló. Es más, se empezó perdiendo, se erró un penalti y el equipo se levantó con fuerza y brilló con éxito en un campo (eso sí, sin público) poco dado a las épicas granotas.

Campaña, líder

Mirad, no soy de los que se dejan llevar por los tópicos. Y menos, cuando hablamos de mercado. Me han contado alguna cosa de todo el asunto José Campaña, que no es nuevo. El club lo renovó para venderlo, intentando hacer un Lerma. Y, para ello, le tuvo que tratar como el jugador franquicia, en espera de una operación ventajosa. El Sevilla era el objetivo. Y no picó, ni el verano pasado, ni éste. Y el sevillano está atrapado en el Levante, y el club felizmente atrapado con el jugador. Pero todo se lleva sin una gran tensión. Sin ofertas, no hay venta ni culpables. Y sin venta, Campaña es el líder económico del vestuario. Hasta ahí, todo normal. Ahora surge el trabajo de sus agentes que, lógicamente, tratan de aprovechar su buena temporada. Y lo ponen en el mercado (todos están en el mercado siempre). Y él se deja tanto querer como querer quedar. Y llega un posible interés del Leeds, como antes fue del Villarreal o del Sevilla, o de ninguno. El mercado es como el órdago del mus, puedes ganar o perderlo todo. Y en el tema Campaña hay un punto de entente: si no sale, hay que pagarle su elevada ficha, pero es tu jugador franquicia (junto a José Morales) y, si se queda, encantados.

José Campaña llegó el año de Muñiz en Segunda. Y ha ido creciendo, como el Levante. Pero lo que hizo en Pamplona el domingo fue, simplemente, descomunal. Jugó e hizo lo que quiso. Movilidad, lo mismo entraba por la derecha, por la izquierda o por el centro. No tuvo que mirar atrás, sino adelante, y derrochó calidad por doquier. Es el mejor Campaña que he visto en el Levante: porque a su talento se le sumó la regularidad. El partido fue lo que él quiso. Y parece (o debería) estar preparado para grandes batallas. Campaña representa ese adn del futbol patrio y que Luis Aragonés bien definió como esos locos bajitos, como forma de superar la superioridad física de selecciones como Alemania, Inglaterra, Italia o Francia, con tus recursos: jugadores de calidad que te permitan tener una rápida circulación de balón. Los centrocampistas, todocampistas bajitos (los Xavi, Iniesta, Cazorla, Cesc, Silva, etc.) , que tanto han dado y que ahora podemos disfrutar (salvando las distancias) con Campaña en este Levante.

La alineación de Paco López -hablaremos sobre Mickaël Malsa en otro momento, pero pedazo de presencia y personalidad la suya- sorprendió, y me incluyo). Y creo que ese once puede marcar tendencia: por una parte, que Paco ya ha adivinado -como hace después de cada inicio de temporada- que el Levante no puede ir a por los partidos a pecho descubierto contra cualquier rival -como le pasó a Unai Emery en el Camp Nou o a él mismo en Mestalla-; y la segunda que, desempolvando el manual de entrenador y como me enseñó mi buen amigo Juan Mercé, en el fútbol moderno, además de la presión alta, siempre hay que contar con una máxima: la defensa se organiza y el ataque se improvisa, y no al revés. Aquello de que los equipos se construyen de atrás adelante, trabajando el sistema defensivo (no sólo la defensa, y mucho menos sólo los centrales). Es ahí donde creo que nace la idea de ese centro del campo. Cerrar atrás y aprovechar tu calidad (con movilidad) arriba.

El Levante puede y debe aspirar a mejorar su prestación en resultados, eso sí, sin perder la realidad que pasa por asegurar la permanencia. Y eso es lo que le pide la gente a Paco López, no lograrlo pero sí tener ambición por conseguirlo. Pero, independientemente del resultado, de la clasificación y del objetivo del sueño europeo, yo me quedo con que el Levante de los cinco magníficos en el centro del campo –Vukcevic, Malsa, Bardhi, Campaña y Melero– Hicieron un partido para relamerse, para recordar, para disfrutar, tanto en ataque como en defensa (bueno, extensible a todo el equipo). Personalmente, el partido del domingo me permitió reencontrarme con el fútbol, el bueno, el que me hace disfrutar, muy lejos de lo que solemos ver actualmente. Esa combinación de estilos (largo, elaborado y a la segunda jugada), para dar brillo al balón cuando lo tienes y disfrutar del ejercicio de una defensa lúcida. Le agradezco a Paco que permita que veamos este fútbol que tan poco habíamos visto por Orriols. Pero también me pongo en los zapatos de los que le exigen que, a veces, sacrifique las ideas para lograr los objetivos. Porque hay muchos granotas para los que la victoria es el juego más exquisito y el orgullo de mirar arriba en la clasificación, el sueño. Y hay que entenderlo.

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Ciudad y pandemia

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Noche de fin de año. Alrededor de una mesa, ya hartos del jalo y ataviados con el cotillón esperamos ansiosos el nuevo año. Nunca pensamos en lo que vendrá, sino en que venga mejor. «Yo brindo por la salud porque sin salud, no hay nada más», siempre hay alguien que dice esa noche. La salud se da por sentado, que se quiere y se tendrá. Así lo pensamos mucho este pasado fin de año, y mira por dónde, nos salió rana. Rafael Bengoa, uno de los expertos en salud más importante de este país, lo acaba de decir: «sin salud, no hay economía», cuando le preguntaban si esa realidad dual ha sido el problema de esta pandemia. Lo ha dicho a pasado, cuando la desescalada se aceleró buscando evitar el caos económico. En la vida, las decisiones a medias no suelen salir bien, sobre todo cuando los problemas son de enjundia. Y nadie puede decir a estas alturas, que en occidente casi todo ha sido así, a medias. O sea, mal.

Bengoa venía a quejarse (como otros muchos científicos) de la falta de una evidencia científica global, un organismo (más allá de la errática OMS) que centralice todo lo que se hace, se dice y se aconseja, que unifique el mensaje, insisto. Un comité de expertos que fiscalice a los que deciden. Ya dije que éste del Covid_19 es más un tema de comunicación, y me reafirmo. Ese comité ha de empezar por enviar mensajes claros a una ciudadanía deseosa y exigente de las mayores certezas posibles, aunque éstas vayan llegando poco a poco. El proceso de desarrollo de la ciencia y su modus operandi es otra de las grandes aportaciones del virus: el error es parte de la decisión (prueba y error), sin traumas y sin exigencia irracional de responsabilidades ni culpas, como nos ha enseñado la vieja y la nueva política, en la que el reproche es el rey. Ir por una calle de un pueblo, sólo, sin nadie a tu alrededor, con más de 30º y con mascarilla es estúpido, producto de una norma en bruto. Y hablo de la mascarilla porque es la que más ha cambiado nuestras vidas y, ponerse a un lado u otro de su uso, no es inteligente, pero pasa. Esta discusión viene derivada de una norma extensa, no focalizada. Cuando la norma se excede, el efecto es el contrario, como en la adolescencia. Y ahí radica que este país sea el más restrictivo con el uso de mascarillas y uno de los líderes en número de contagios.

La crisis del urbanita

Buena salud, seguro, será el deseo global este próximo fin de año. Salud y libertad. Y aire puro, sin virus. Cuando los expertos te dicen que evites aglomeraciones, mantengas distancia, ventiles, etc… te están invitando a abandonar la ciudad, centros neurálgicos de la epidemia y lugar de transmisión y de riesgo. Los grandes eventos, la party de las grandes urbes también han entrado en revisión. El ocio masivo se tambalea. Porque, aunque es seguro que venceremos al virus, hay cierta evidencia en que otros llegarán y veremos de qué manera actúan.

Las grandes urbes, nacidas bajo el foco de la industrialización y fomentadas por un exceso sobrevalorado del ocio en manada -todo lo tengo cerca y la oferta es más amplia-, están en el ojo del huracán en tiempos de pandemia. Salir de tu casa y encontrar ríos de gente es como sentir la civilización y tener una sensación de seguridad. Y, cuando nos agobiamos, buscamos el campo. Este país es mayoritariamente de pueblo, pero vive en grandes ciudades. Ahora, las urbes están en el punto de mira de la pandemia, pero las consecuencias/decisiones han sido igual para todos, y eso ni es justo ni se puede dejar de corregir. La España vaciada ya había dado signos de hartazgo antes de la pandemia. Con ella, más y con razón.

En todo caso, apuesto ruralizar las ciudades y no urbanizar los pueblos. Para ello hay que reducirlas, bajar su densidad, y también empezar a cambiar el estilo y las prioridades de vida. Pasar la tarde en un centro comercial es, seguramente, el paradigma del urbanita. Y ahora, están casi cerrados o son vistos con recelo. Siempre he vivido en un pueblo pero he hecho mucha vida en la ciudad. Desde hace tiempo, huyo de la gran urbe. El coronavirus lo ha acelerado. Soluciones urbanas a realidades rurales es otra de la falta de registro en las decisiones. Sólo con haber focalizado las decisiones y haber evitado la generalidad (confinamiento global) se hubiera ganado tiempo y dinero. Pero los nombres pesan (Madrid, Barcelona, Nueva York, París…) y los números, como en la noche electoral, también. Un abuso…

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