Atrévete

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No sé por qué, últimamente, todo tiene a mi alrededor cierto poso de desasosiego, de coformismo. «A estas alturas, me conformo con no sufrir», me decía una persona el otro día. Observo mucha vida liviana, como si todo fuera relativo, por miedo a que lo absoluto nos envuelva en melancolía, en definitiva miedo a que el daño sea mayor que la satisfacción. Ni se sabe estar sólo, ni se apuesta por alguien. Simplemente, se bordea la soledad con una tenue presencia. Es como elegir colores de gama media, observar un arcoiris mate o escuchar músicas de ambiente sin letra.

Y sin embargo yo me encuentro en el proceso contrario. Me atrae decir claro lo que creo, pienso o siento. Vivo según mi propia voluntad (a excepción de los imponderables que no puedes elegir) porque siempre que hice cálculos, las matemáticas me enseñaron que la exactitud es poco aplicable a la vida, al menos a la mía. Si calculas, dudas, y si dudas, no actúas, te paras. Si te paras, tal vez vivas más tranquilo, sin contratiempos. Pero, si de vez en cuando, no agitas tus deseos, te mueres, aunque tu cuerpo siga en movimiento.

Vivamos intensamente porque no sabemos cuánto tiempo tendremos para elegir ir por el camino de los colores vivos o por el de la noche oscura. Dicen los que saben que han de tomar el camino del adiós que si hubieran sabido, hubieran vivido de otra manera. Claro, a final definido, insatisfacción por lo que has dejado de hacer y lo que te queda pendiente que a buen seguro no te dará tiempo a satisfacer. Y entonces te frustras porque el adiós no tiene elección. Y lo que pudiste elegir (vivir urgente) pasa a ser exprés. ¿De qué nos sirve vivir en colores de gama media, sin brillo?. Pongamos todo en la cazuela y el caldo saldrá rico. Y eso que nos llevaremos.

La vida de colores de baja gama es un manual del vivir sin grandes alardes pero también sin grandes emociones, como si nuestro miedo nos lleve, por experiencia, a concluir que no merece la pena arriesgarse. La base actual de los sentimientos nace de la racionalización de las emociones. Expresarlos es voluntario y se pueden exigir y dar. «Me has hecho pensar», me decía entre lágrimas una persona que acababa de conocer hace poco. Las lágrimas responden al momento que vivimos y el tiempo que nos queda. Insatisfacción porque muchas veces nos abandonamos para reflejarnos en otro. Confundimos compañía con sentimiento. Y claro nace algo que ni acompaña ni siente.

Porque, como dijo una vez un amigo mío, a la muerte, vamos solos, tanto si alguien está a nuestro lado, como si no. Decía mi abuelo a los 102 años que no hacía nada en esta vida. Pero yo sabía que, por su condición cristiana, no podía elegir el momento de irse. Ahora bien, sí aceleró para marchar porque tanto es no tener el tiempo suficiente para acabar tu libro, como haber escrito el final y esperar a que se publique. Vivió sus últimos días acompañado por la gente que le quería, pero a la muerte llegó sólo. Como todos.

Atreverse a vivir

La soledad asusta, y manejarse en ella es algo que se trabaja, se aprende y se construye con constancia. Pero la soledad, para no ser nociva, no puede nacer de la renuncia sino de la convicción. Si nace de la primera, provoca frustración. Si viene de la voluntad de querer y saber estar sólo, provoca sosiego y paz interna. La soledad urbana, por olvido, deprime. La soledad aceptada, reconforta. A mi no me da miedo estar solo sino sentirme solo porque no hay peor soledad que la que se vive en compañía. Y por eso es necesario atreverse a vivir, no con lo que nos aparta de la soledad pero nos llena de melancolía, sino con lo que nos emociona, lo que nos permite ponerle letra a nuestra canción.

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Buena ruta, Javi

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«La gente buena no se entierra, se siembra», dice Pedro Capó en su canción Fiesta de despedida. «Cuando me vaya, no me lloren, no quiero flores», dice en otro momento. Javi se nos ha ido. Y ni si llora ni se entierra: permanece para siempre entre los que le hemos disfrutado y los que más le han querido. A Ada, Pau, y a su Mari. Me decía su padre Javi que se hubiera cambiado por él con los ojos cerrados. Y sus ojos se han cerrado. Y Javi, como dice Capó, se merece la siesta y la fiesta y que no le lloren, le recuerden alegre. Él nos querría a nosotros así, divertidos y joviales, aunque seguro que entiende que estemos tristes con su marcha. Buena ruta, Javi.

Salíamos tristes del Tanatorio de decir adiós a nuestro Javi, al amigo de la sonrisa permanente. Nunca se le veía ni enfadado ni triste. Ni cuando la lógica de #elPutoECM le hacía perder el tren mucho antes de llegar a destino. Daba igual, llegaba y siempre una broma, una coña… y una sonrisa. Lo único que me sabe mal es que esa puta enfermedad le quitó la sonrisa de cuajo, de golpe. Nos quitó a Javi en poco tiempo. Lo tiró de la bici, aunque siempre soñaba con volver a subirse, siempre aspiraba a volver, a quedar a las ocho o a las siete y media, a sufrir en el pelotón y a divertirnos en los almuerzos. La verdad es que se zampaba unos bocatas que asustaba. Nadie podía saber cómo un tipo tan menudo podía meterse entre pecho y espalda semejantes bocatas, y encima mantenerse en buen estado físico. Seguro que su carácter alegre tenía mucho que ver. Él y su coca cola. Y esa facilidad que tenía para salir en todas las fotos riendo, aunque a veces tuviera que ponerse de puntillas para que no le taparan.

Javi, con quien compartía el placer de hablar de nuestras hijas, compañeras durante todo el colegio, vivió el deporte como nadie, respiraba pólvora, era familiar (su Mari), alegre, divertido, y muy amigo de los que tenía cerca. Podías verlo almorzando con los compañeros de taller, con el ECM o con su padre, y era lo mismo; guasa, alegría, anécdotas del tipo travieso y jovial que siempre fue. Con la bici de montaña, con la de carretera, jugando a pelota con su hijo. El deporte era parte de su vida, y una parte de ese deporte y de esa vida, la pasó con el ECM que al completo le echa de menos. La noticia de su adiós ha sido, no por esperada, triste para nosotros. Ha corrido por nuestro grupo como la pólvora, la que él hacía explotar en cada fiesta, en las fallas. De la fiesta, llegó Mari. Y de la fiesta y de Marí, llegaron Ada y Pau, sus hijos. Y con Ada, una rubia de pelo acaracolado, sabidilla y jovial, como su padre, me pasé horas y horas de parque e interminables cumpleaños de infancia. Ada, con fortaleza, sabe lo que su padre ha sufrido pero también lo que ha luchado en los ochos meses desde que supo que su cuerpo le había jugado una mala pasada.

«La gente buena no se entierra, se siembra», dice la canción. Javi siempre estará en nuestra ruta, en nuestro camino y en nuestros comentarios. En la carretera, en el almuerzo, en las cervezas, en los piques, en las bromas, en los puertos, en las subidas y las bajadas, en los rajes, en los momentos de agonía en que no puedes y te quedas…. En la filosofía de este grupo de amigos enamorados con este deporte que madrugan para sufrir y gozar al mismo tiempo. Javi, siempre con el culo pegado al reloj, y la hora justa. «Y Javi, no ha venido todavía? Pues que venga ya o apriete», es siempre la máxima para el tardón de parte del que siempre tiene prisa (no hace falta decir quién es, no?). Hoy te puedes dormir tranquilo, amigo. En el pelotón del ECM siempre tendrás un sitio guardado.

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El Puto ECM

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Hace tiempo que me preguntan. ¿Qué es eso de #elPutoECM que pones tanto en tus historias? Y me dije, un día trataré de explicarlo. Ya lo intenté con Desafío el pedal, pero salir en bici no es hacerlo con el ECM, nuestra grupeta, una forma singular de vivir o sufrir el ciclismo a partes iguales. Si le tuviera que poner un adjetivo al ciclismo del ECM, sería: ciclismo heavy.

Para los no iniciados… Las peñas y grupetas suelen tener unas normas de buena conducta, como un código no escrito. Puntos de reencuentro, velocidad pactada. Todos vamos juntos. Todos salimos juntos y todos llegamos juntos… De esas, en el ECM, sólo cuando pinchas, hay parón. Pero como con todo lo que pasa en nuestra grupeta, ni en ese caso, es uniforme la parada.

Nosotros no esperamos, no especulamos, no entendemos salir a rodar, el almuerzo es nuestro único punto de encuentro y a veces ni eso, no damos tregua. Nadie se enfada si se queda, y nos picamos con nuestra sombra. Un puerto, un esprint, los relevos. Entra quien quiere, quien quiere se va. Quien no está bien, sufre. Quien está bien, también. Pero no hay término medio. El ECM es una agonía, un subidón, una forma de vivir el ciclismo que no deja indiferente, pero que a nosotros nos llena. Si estás bien, estás adelante. Si no tienes buenas piernas, ves la tele desde el sofá. Cuando llegas a casa desearías que tu bici desapareciera. Cuando va llegando el sábado, vuelves a ver tu burra de otra manera. Llega el día, preparas la ropa. Vuelve #ElPutoECM

La estética del relevo, carne de gallina.

Voy detrás. Trato de hacer unas fotos y algún video. Veo el ECM reunificado, algo poco habitual. Pero a veces pasa. Acabamos de almorzar y vamos juntos. Es, con la salida, el único momento del día. La carretera se inclina hacia abajo. Empezamos a jugar. Iniciamos la marcha. Marcamos los relevos, esa forma de caminar en la bici en el que todos pasamos y, de inmediato, nos hacemos a un lado para que el que viene por detrás, mantenga o aumente el ritmo. El viento lo repartimos a partes iguales. Jugamos a ser ciclistas. Pasar no es fácil. Has de aumentar el ritmo del que se echa a un lado, y encima recibas el aire. Hay silencio, mirada perdida y dirigida a la rueda del de adelante. Sólo tienes que estar atento a no perder rueda para no tener que hacer un sobresfuerzo. Desde atrás, veo los calcetines blancos -del Jumbo, destacado con la sincronización del pedaleo, el esfuerzo, la respiración y el silencio. Sólo el aire, y el ruido del cambio. Clanc, clanc, clanc… Buscas tu mejor cadencia. Las piernas duelen, la respiración se acelera. No hay tregua. Pero hay un enorme placer rodar kilómetros y kilómetros solidarizando esfuerzos. Porque además de mantener un ritmo, la estampa que deja en la carretera es de una belleza extrema y, desde dentro, pone la piel de gallina. Rodar a relevos es ciclismo de primera clase, genuino. Un gusto. Una rotonda, un tobogán o un semáforo rompen la sincronía. Pero nadie nos quita el gusto de disfrutarlo. #ElPutoECM no rueda. Ruge y busca el límite, la agonía del esfuerzo. No sólo se trata de ir rápido, sino de ganar al colega, del pique, de la estrategia. Si te quedas –entrena más. Si vienes –es lo que hay- Si no puedes –toma el atajo (escapatorias de los trayectos oficiales para los que no quieren sufrir a #elPutoECM). Si te vas –vamos a por ti. Todo es una mezcla entre una crono por equipos y una carrera de persecución en pista. Es todo muy heavy. Pero es que el ECM es muy heavy.

Ocho de la mañana. Decenas de ciclistas en un trayecto habitual. De Bétera a Olocau. Grupetas más pequeñas, más grandes… De dos en dos. Llevan un ritmo uniforme. La mayoría va hablando, contando sus cosas. De forma tranquila, cada uno a una velocidad, disfrutando, dicen, del ciclismo. A veces, nosotros vamos así -las menos. El ECM hace honor a su hashtag. La multitud nos motiva. Grupos y grupos de ciclistas que pasamos a toda velocidad, en fila de uno. Algunos se pican, y nos siguen unos kilómetros e, incluso, alguno se apunta al desafío. Pero acaban apartándose.

La carretera pica para arriba. No hay mucho desnivel. Pero en el ciclismo decimos que no es el recorrido que hace la dureza, sino que es el ritmo. Y en el #ElPutoECM una etapa llana es más suplicio que una etapa reina con cuatro puertos. Pasamos grupetas, que nos miran raro. ¿Dónde van estos? Los de amarillo… A veces ven el rosario de amarillos, es decir, los que nos vamos descolgando del ritmo que pone la cabeza. Todavía más extrañeza. No se esperan. A veces, esperas que alguien se descuelgue para evitar la agonía de ir con el gancho (al límite), y ya ni te quedan piernas ni oxígeno. Que se vayan!, dices. Pero en el fondo, te jode. Te molesta. Quieres estar ahí, pero no puedes. Lo admites con resignación. Sabes que si estás delante es porque estás bien. Sabes que, si aguantas el momento de debilidad, siempre hay una tregua (pocas, pero alguna hay).

¿Por qué corremos así? Pues, en realidad, no lo sabemos (o yo por lo menos, no lo sé). Pero tiene que ver con nuestro carácter. Y eso que yo nunca he sido competitivo. Siempre me ha gustado más el pertenecer a algo así de lo que se llama estar, participar. Si le puedes echar una rueda a alguien, se la echas, si alguien se descuelga, pues te quedas y le llevas. Y eso también pasa, pero menos. Pero aquí estoy. Como un joputa más del ECM. Quien viene, repite, se engancha. Es un ciclismo que vicia, que te hace estar pensando toda la semana en qué pasará el sábado, por dónde vamos y qué hacemos. El pique permite la mejora, y jugar a ser ciclistas es la gasolina que nos da la fuerza.

Pero, sin lugar a dudas, el pegamento que junta el ECM con esta filosofía no es otro que el Roxi #elPutoRoxi. Con él no hay paz, sin él muy seguramente seríamos el ECM pero no seríamos #elPutoECM. Bienve dice que sale para hacer feliz al Roxi, es decir hacerle sufrir, aunque sólo sea un segundo. Tormento se ha ganado el derecho a echarle de menos o a mandarlo a la mierda. No hay indiferencia, como tampoco la hay en la carretera. El pedaleo uniforme, visto desde atrás, los calcetines blancos del Jumbo, el látigo… no hay tregua en las rotondas, y un repecho es un desafío. Buscamos la agonía, y la regamos con cerveza al final de la jornada, mientras vamos al Strava a ver cómo ha ida la cosa. Incorregibles. Somos #ElPutoECM. Y que llegue el sábado.

«Salivo la cerveza»… Llegamos a Massamagrell, paramos el ritmo, detenemos lo relojes y bajamos pulsaciones. Llegamos en grupos o de uno en uno, casi nunca todos. Y nos miran raro…

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Emociones

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Corrió así, como un escalofrío que atravesaba todo su cuerpo. La piel erizada, con esa sensación que se va a desquebrajar, a cuartear. El frío se mezcla con el sofoco de una andanada de aire cálido, pero no de los que acarician la piel sino de los que la atraviesan hasta mezclarse con el escalofrío…

Llega un momento en la vida que la emoción pasa a estar en la parte alta de la pirámide de irrenunciables. La emoción lo mueve todo. Incontrolable, caprichosa, lo emotivo salva la aduana del cerebro y campa a sus anchas por nuestro cuerpo. Es fuente de energía, y creadora de todos los sentimientos que nos llegan, ya racionalizados. El amor, el temor, el dolor, el miedo… son todo emociones, que tratamos de controlar, casi por supervivencia.

Organizamos nuestra vida para que estas emociones se diluyan. Están, las buscamos como objetivo pero, cuando llegan, nos asustan, no podemos controlarlas, por temor a que nos dañen, por la desilusión tras la euforia. Es como la abstinencia tras el chute, ese excitador de emociones, enmascarador de miedos y vergüenzas y amigo del éxito de la sociabilidad. Cuando llegamos al amor, elegimos una de esas emociones que circulan por nuestra vida, todo está mucho más dirigido, conducido, controlado. El amor siempre lo delimitamos, lo encauzamos a través de la persona elegida, del momento y del trayecto a realizar.

Cada vez más, dejamos la emoción para algo externo a nosotros mismos. Cualquier pasión y deseo nos genera emociones, casi siempre no controladas; una peli, tu equipo /actor/peli favorito, una canción, un éxito, un libro, un poema… Ni siquiera las propias, ni incluso los sentimientos, los dejamos salir según nos llegan. Dicen que el amor que te genera un hijo es lo más próximo a la emoción más pura, a ese estado interno de sentimiento sin límites. Y creo que así es. De todas, la emoción del sentimiento hacia nuestros descendientes, a nuestros hijos, es el más fuerte, seguramente por instinto y porque no tenemos posibilidad de elegirlos. En cuanto podemos escoger, racionalizamos la emoción en forma de sentimiento controlado, en más o menos grado.

Recogemos el texto donde empezó, en el escalofrío, en la emoción que eriza la piel, que nos da vida, que nos permite sonreír sin querer, que nos endulza el carácter y nos eleva el ánimo. Cada vez mas, nos movemos menos por emociones y más por temores. No somos más infelices, sino que rebajamos la expectativa para generar una felicidad de gama media. Pero la tenemos. Aspiramos a la alta, pero como explicaba en Detalles, la gama media es válida si la conducción es suave y segura.

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Ombligos

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Lo digital nos ha traído formas de relacionarnos diferentes, con más información propia y, por tanto, subjetiva y, por tanto, poco fiable. Son los perfiles, aquellos textos en los que nos definimos profesional, personal o relacionalmente (páginas de citas de las que yo he participado, por cierto. Y seguro que muchos de vosotros aunque no lo digáis). En fin, seguimos: ¿Habéis hecho el ejercicio de leer perfiles? Si no lo habéis hecho, hacedlo. Es una lectura entretenida y una fuente inagotable de conocimiento léase co fina ironía, por favor) En muchas ocasiones (bueno, casi siempre), nos vemos como nos gustaría ser y no como somos. Antes de entrar en asuntos tinderianos u otros, me encanta la enorme capacidad de Linkedin de fabricar nuevos puestos de trabajo.. Por ejemplo, un gestor de desperdicios, que en la práctica no deja de ser un basurero, pero sólo que suena mejor (lo de oler…). Por poner un ejemplo de ombliguismo cargado de mercadotecnia (y si le ponemos un piercing ya ni te cuento), no por lograr un trabajo o un puesto mejor, sino por alimentar nuestro ego. «Si no lo conseguimos, que no quede por nosotros, que somos buenos», decimos.

En estos perfiles o en una cena de Navidad con cuñados o en cualquier quedada nos encontramos con el clásico yo ésto, yo lo otro, mi casa…, mi trabajo… mi coche… mi hándicap… o mis mil kilómetros de bici (para que no me acuséis de excluirme del mal del ombligo de oro.)… Y si ya salen los hijos, apaga y vámonos: tenemos Messis, Einsteins o Stevejobs a porrillo. Casi siempre, sacamos una versión casi angelical de nosotros (con los famosos correctores de tengo mis defectos, a pesar de mi carácter soy buena persona o eso dicen mis amigos) Y claro, pasa como en los anuncios. El detergente que saca la ropa más blanca, el perfume con que seducirás a quien te propongas, o la versión moderna de mercadotecnia vendiendo un estilo de vida, un momento único, una experiencia de cliente como el clásico anuncio de la cerveza Damm de cada verano. El primero fue con el paraíso de Formentera como reclamo de fiesta, paz, amor y lo que se os ocurra. Vamos, que te has pasado el mejor verano, has encontrado el amor de tu vida, o has ligado como siempre que viajas (fuera de casa es más fácil de contar)

«Me gusta viajar», dicen muchos/as cuando definen sus gustos. Claro, como a todos. ¿Cómo no? ¿O no?. Aquí pasa como en las ofertas de trabajo y el currículum: no me pongas lo que eres sino lo que has hecho. Y claro, no me pongas que te gusta viajar sino adónde has viajado. Porque igual puedo pensar que quieres viajar a partir de conocerme y, claro, puedo interpretar, que quieres viajar y que te invite. Vale también para ir de cena o tomar unas cervezas. «A mi me gusta que me inviten», me han llegado a decir. Y claro, insisto: como a todos. Pero ya te he dejado claro que, si quedamos, tu invitas. Aceptemos pulpo… O no. Pasemos al tema siguiente.

La ONS (y no es una ONG)…

Todo es a futuro. Quiero salir a bailar y si no bailas… Hago running, uno de los deportes de moda, y si no te gusta correr… Estamos al tanto de exigir al otro sin ponernos a pensar en lo que no exigimos a nosotros. Nos miramos el ombligo propio con poca autocrítica y mucha vehemencia. Al mismo tiempo, nos quejamos de que nadie quiere comprometerse y nadie quiere prometer ni prometerse nada. El día a día, nos hace cómodos. Y a la vez nos hace perder oportunidades. Yo, el primero, que conste. Por no hablar de los ONS -para los no iniciados… One Night Stand– Para entendernos, cita con sexo, pero sólo una. Aquí pasa como con los errores y su paternidad. Nadie las quiere (abstenerse ONS), pero todo el mundo acaba apuntándose. Por cierto, que la monogamia también queda muy bien en un perfil, y satanizar el poliamor ni te cuento.

Relaciones públicas…

Trata de estirar de la gente. Trata de organizar algo para un grupo. O para dos personas. Trata de ocuparte de algo que no sólo depende de ti -y eso que partimos de una principio claro: cuando alguien organiza algo, lo hace porque le apetece, quiere o, simplemente, le interesa- Al final, sale (o no) Y si sale, la rehostia. Nos damos cuenta q¡ue tras un convoy siempre existe la euforia del buen momento, de ese momento Damm en que, por unas horas, nos olvidamos de nuestros ombligos, de nuestros perfiles, de lo que hacemos o decimos, y nos dejamos llevar por el camino de la distracción y la desconexión al final feliz en que nos sentimos dichosos. «Hay que repetir», es la frase del millón. Por la mañana, con las rutinas, nos dejamos llevar por el mismo ombligo que tenemos desde la desconexión maternal, para alimentar nuestros hábitos, aquellos que nos dicen todos los días lo afortunados o desgraciados que somos. Y si no lo conseguimos, siempre podemos esperar a la cena de empresa de Navidad. Con un poco de suerte, hasta te la paga el jefe (cada vez menos)

No veáis en esto nada serio (por riguroso). Busco un espejo (sobre todo propio) en el que verme, pero con humor. Una especie de monólogo (ni de coña tengo capacidad para el chiste o el humor, pero lo intento), con el que pasar un rato entretenido y, por lo menos, echarse unas risas, que también hace menear nuestro ombligo, aunque de forma literal.

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