Ponte a rueda, Pedro

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«Mira Mingo, ya no puede» y una sarta de risas. Era Pedro, bendito madero. Sonrisa eterna que el puto cáncer nos arrancó de golpe. Esta foto nos la hizo el tranvi. Junio del 2021. Habíamos almorzado en la Micaela en Vilamarxant. A Pedro le encantaba almorzar y rodar por aquellas carreteras. Siempre te ponía un ritmo que te sacaba de punto. Pero aquél dia la sonrisa se le empezaba a apagar. Un dolor, antibiótico y duda… esa que después se convirtió en el iceberg que ha acabado con su sonrisa eterna. No le volví a ver. Supe de él por Estarlik, el acompañante al que un almuerzo en Geldo lo reencontró años después de unas opos. El apresurado adiós de Pedro ha sido una dura caída, la más dura, la derrota más dolorosa.

A Pedro el infortunio no lo tumbó. Su enorme voluntad de salir adelante nunca lo apagó. Me contaba José Estarlik que tres días antes de irse estuvo con él y le preparó el rodillo para dar las primeras pedaladas después de superar el cáncer y la debilidad. Pero esa enfermadad es un tunel del terror. En cualquier momento te aparece el dolor y se extiende el veneno. Cuando sacas el cuello, te lo corta. Y Pedro se nos fue de repente, en un pis pas, sin avisar y casi sin tiempo para decirle adiós. Como todas pero éstas más, las muertes no avisan aunque se anuncien. Pero él seguro que quería que no le lloremos, que le recordemos como siempre nos había acompañado. Con risas, oyendo la cadena rodar, sintiendo el trac-trac-trac del cambio y parando al cremaet y el repito.

Pero la ausencia de Pedro en la grupeta, en la nuestra de los que salíamos entre semana era mayor en su peña, la de Museros. Sus amigos, David,Felipe… y el Poli, el abuelo pintor, la roca que lo mismo hacía un maratón que nos sacaba de punto en una subida. Poli despidiendo al pipiolo Pedro. El Zipi y Zape, porque siempre estaban de pique. Una amistad labrada desde la distancia generacional y la cercanía de caracteres. Con los dos polis las risas esraban garantizadas.

Pero sin duda, a Pedro le desbordaba la emoción cuando hablaba de Ángel, su hijo. El peque se ve que era un trueno (como él). Tardes de parque interminables, uña y carne de alguien que nos hizo vivir la llegada del nano en cada kilómetro. Y, sobre todo, de María Ángeles, sustento en silencio de Pedro en la prudente distancia que había puesto. Como mi amigo Lino, Pedro puso distancia para evitar nuestro dolor y el suyo. Nosotros, sus amigos, éramos su sueño de volver a su rutina, a su bici, a sus tardes con Ángel y la vida con su mujer.

Hablé con Pedro dos veces por whatsapp en todo este tiempo. No quise que Pedro se viera obligado a salir de su propio dolor, de la frutación del que sabe que su vida ha cambiado. Lo hizo la vez anterior, en su trabajo, y seguro que lo hubiera conseguido ahora. Pero la única adversidad que no ha podido superar es la que ya no dependió de su voluntad, sino de su infortunio.

Amigo Pedro, esta salida no se ha acabado. Continúa, amigo. Hemos parado para beber unas cerves. Seguimos, vale? Ponte a rueda.

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