Desafío al pedal

0 0
Read Time:2 Minute, 59 Second

Mirada cerrada. La carretera pasa con el dibujo intermitente de su líneas, a pocos metros, bajo tu bici. Observas la velocidad como ese film que aparece bajo tu máquina. Una recta enorme, decidida a plantearme un reto. Si puedes, me sigues, parece decir la carretera, dibujada a tus pies.. No hay nada alrededor o, al menos, nada en lo que fijarse porque no quieres perder de vista tu propósito, pedalear lo más fuerte posible. Existe sólo tu respiración. En mi caso, mi rueda delantera, mi respiración, o la rueda trasera del que va delante si vas en grupo. En el deporte de desafío contra ti y contra el tiempo, todo pasa por tu cabeza. La distancia, el esfuerzo, la respiración, la recuperación, el dolor, el desgaste… pero siempre con la satisfacción, cuando te detienes, de haber logrado tu propio desafío. Tú contra ti mismo. El esfuerzo te acerca a ti mismo.

El aire aprieta. Si te viene de frente, te agota. Si te viene de lado, te incomoda. Si te viene de atrás, te relanza. Pero siempre está. Es uno de tus rivales. El otro, tú mismo. Alguien pasa por tu lado, te adelanta con suavidad, se va, desaparece ¡Coño, cómo es posible! Tus condiciones y mis condiciones son las mismas. Ni siquiera la diferencia de la bici. Quien me adelanta tiene una de esas clásicas, sin alardes, un homenaje a la mecánica, de diseño austero. Ni su equipaje, descolorido por lavados eternos, amplio, como todo lo que antes se fabricaba para hacer deporte. Tú vas con todo; él, suelto. Las piernas sin depilar, estilo tosco. Se observan las canas bajo el casco, la piel rugosa, la cara cansada, pero firme. Intentas seguir su rueda, pero te vence: no hay manera de seguirlo. Desafío de toda la vida, un ejemplo a seguir.

Alguien pasa por tu lado, te adelanta con suavidad, se va, desaparece ¡Coño, cómo es posible!

No hay gloria sin dolor o éxito sin esfuerzo, una metáfora que nos la podemos llevar a cualquier ámbito de nuestras vidas. Sea cual sea tu objetivo. Salir sólo o con tu grupeta a pasar un buen rato, picarte con cualquiera que te adelante en la carretera (o contigo mismo), desafiar al tiempo… El Strava* nos ha enseñado que, detrás de un practicante de ciclismo, o runner o cualquiera que desafíe la relación espacio-temporal de cualquier ruta, tiene un ganador dentro, pequeñas batallas que te consolidan como el líder de la general de tu pequeña (o gran) batalla interna. Nosotros, por ejemplo, tenemos un pequeño reto. Es nuestro sprint especial. Llegues como llegues, si nos encontramos con lo que nosotros llamamos El Col de Fabían, que no es más que una pequeña rampa que sirve de virtual ganador del día, lo desafiamos. Un esprint que genera gran cantidad de adrenalina y unas cuantas risas… Las endorfinas que nos provoca cada vez que nos subimos en la bici, nos dan salud.

Como dice nuestro rutómetro oficial, además de jugar a ser ciclistas, cuando nos bajamos de la bici después de darnos la gran paliza, ya estamos pensando en el sábado siguiente (aunque en ese momento, si pudieras, venderías la bici). Y si en las cervezas le puedes decir a alguien que es un muerto, pues mejor. Y muchos no nos entenderán (estáis locos), pero nosotros lo sabemos: nos da la vida. Es nuestro eterno desafío al pedal.

*Strava es una aplicación, versión gratuita y premium, que mide tu rendimiento. Distancia, velocidad media, watios, calorías, y te dibuja el recorrido, además de comparar los datos con otros usuarios.

Happy
Happy
0 %
Sad
Sad
0 %
Excited
Excited
0 %
Sleepy
Sleepy
0 %
Angry
Angry
0 %
Surprise
Surprise
0 %

Militancias

0 0
Read Time:6 Minute, 3 Second

«Escucha la pregunta que te hagan, da una respuesta rápida para que parezca que has contestado… y luego háblales de lo que tú quieres»

Obama, Barack. Una tierra prometida (Spanish Edition)

Con esta frase, Axe, uno de los colaboradores más estrechos de Barck Obama en su carrera a la Casa Blanca, convenció al futuro presidente que los electores no necesitan argumentos sino emociones para decantar su voto. Necesitan creer, más allá de las ideas. La mayoría de electores no son militantes, pero cualquier mensaje ha de lograr que lo sean por un día, al menos durante la votación. La militancia exige cierta dosis de fe. Y a mi, que soy todo lo contrario a un militante, me cuesta comprender y empatizar con todos los que lo son (la mayoría).

Como siempre digo es más fácil creer en Dios que negar su existencia. Con la militancia a mi me pasa un poco lo mismo. A mi entender, lo malo de este tiempo que estamos viviendo es que se otorga un valor desmesurado a las etiquetas, militancias que a veces sancionan la racionalidad e impiden la naturalidad y me atrevería a decir que la lógica, lo que a la larga acaba de alejar a la gente de ellas. Militancias que, en tiempos de crisis, se acentúan.

«A mi me da igual la política, a mi me importa Euskalerria y me da igual lo demás.. como si tendría que matar a alguien de mi familia. De la política paso, sólo me importa Euskalerria», dice Joxe Mari, el militante de ETA, protagonista de la excepcional novela de Fernando Aramburu, Patria, llevada al cine en formato serie por Aitor Gabilondo, también con un resultado excelso. La inercia de cualquier idea sin reflexión te lleva a lo contrario de la génesis de cualquier ingenua teoría: la irracionalidad. 

Cambiando radicalmente de tercio, militancia similar ocurre al extirpar el halago de la ternura para combatir al cosismo. Embellecer la vida nunca puede ser motivo de afrenta. La soez utilización del piropo no puede acabar con su existencia, sino que ha de provocar la censura de quien hace del mismo un uso chabacano y lejano a su origen, además de alentar ese cosismo. El bombón es dulce y agrada. Todo lo demás, seguramente son prejuicios. Toda militancia llevada a su extremo acaba en intolerancia y en polarización. Es, para mi, una consecuencia intelectualmente irrefutable. Otra cosa es el disfraz con el que el marketing político, ideológico o de fe lo endulce.

Militantes del miedo

También, la militancia al miedo como es en el caso de la pandemia. Para mi, la única militancia que me deja la o el Covid es la evidencia científica (afortunadamente recuperada tras banalizar otras riquezas). Este rigor de la ciencia va mucho más allá de la norma derivada de la compleja gestión de la pandemia, que más bien nace de enviar un mensaje de advertencia, de miedo. Ya hablé de que en la gestión del Covid19 en el mundo hay más de alerta de comunicación que de alerta sanitaria. Eso si, ¡ojo! nada de negar la evidencia: el puto virus existe, está ahí, es mortífero, y es necesario y éticamente exigible delimitar nuestra libertad personal para evitar el mayor número de muertes. Porque el virus mata.

Todos tenemos casos muy cercanos de que esto va en serio y de que ha provocado mucho dolor. Pero también hemos de asimilar que esto no es eterno y que, cuando pase, seguiremos teniendo una vida por delante, seguramente muy similar a la que teníamos, aunque la crueldad del presente nos impida ver más allá del día con optimismo. ‘Nada será igual‘, dicen algunos. Pues sí, nada será igual pero todo será muy parecido y nuestra memoria arrinconará este año y pico de virus. Porque el olvido (que no la memoria histórica) del dolor es siempre necesario.

El virus mata, pero el miedo militante aniquila. Y entre uno y el otro, casi prefiero el riesgo a la muerte que la muerte en vida del miedo. Hace unos días, un amigo me comentaba que los psiquiatras están ya en alerta de lo que nos viene encima tras esta pandemia, que -dicen- será mucho peor que la propia enfermedad. E intuyo que puede ser así por lo que observo en la gente. De qué sirve sobrevivir si las secuelas anímicas son mucho peor que los efectos secundarios del virus? Tengo otro concepto de supervivencia. Es más una reflexión y una decisión personal, que quiero compartir. Soy tremendamente consciente que cada uno lleva estas cosas como siente, como puede o como se lo permite su miedo y su historia. Y lo entiendo, pero lo tengo claro: primero vivir porque puedo sobrevivir a la Covid pero puedo morir de cualquier otra cosa, incluso de miedo.

Fidelidad

Hay muchas clases de militancias, tantas como sentidos de pertenencia a grupos tengamos. La militancia, aclaro, no es per se perniciosa, sino al contrario. Es necesaria para generar las suficientes mayorías que son las que mueven los hilos del mundo. Pero sí es perniciosa esa militancia moderna que ha sancionado el espíritu crítico en favor de la homogeneidad. Ideología sin fisuras. Ciertas militancias se han convertido en ejercicios protocolarios. Y es que cada vez veo más la militancia como un modo de fidelidad, más allá de la razón. Eso sí, militancia positiva, como la fidelidad, siempre que no caigas en la desidia…

Yo soy incapaz de defender cualquier cosa que no creo o siento. Y ni siquiera acepto una norma porque sí, lo cual me ha generado algún que otro problema. Pero las normas son cambiantes, y  dependen de las personas que las legislan y las sociedades que, de forma consensuada, las hacemos regir como acuerdo social de convivencia. Pero ya he superado ese conflicto: acepto una norma aunque no crea ni confíe en ella. Simplemente la cumplo. Eso sí, que nadie me pida evangelización sobre algo que cumplo pero no comparto. De eso se ocupa la militancia. Me encanta la libertad de defender lo que soy, lo que pienso y lo que siento, por encima de etiquetas. Me equivoqué con la equidistancia. No soy equidistante. Me equivoqué con la neutralidad. No soy neutral. Simplemente defiendo una realidad cambiante, mi esfuerzo de adaptación a mi entorno y mi única pretensión de construir puentes de acuerdo y concordia, nunca de polarización y enfrentamiento.

La historia de la humanidad ha construido diabólicas historias en nombre de militancias irracionales, de ideologías sectarias, de creencias  religiosas o de estructuras piramidales con fórmulas mágicas que prometen la felicidad o el paraíso en forma de dictaduras monocolores, protegiéndose de los demás como sólo se puede hacer: para saber qué o quién soy, ven y entra. Aceptemos la disensión como algo normal que nos ha de llevar por lógica al acuerdo con contrarios (no enemigos). Por ello, hago de la escucha, mi valor (aunque no siempre lo logre), y de la eliminación de etiquetas, un intento de romper con los tópicos. La defensa de cualquier consigna no deja de ser una pérdida de parte de tu libertad personal, no siempre en favor de un bien superior cómo podría ser la concordia sino muchas veces como un elemento de enfrentamiento y polarización. Y no sólo en la sociedad, sino en tu propia vida.

Happy
Happy
0 %
Sad
Sad
0 %
Excited
Excited
0 %
Sleepy
Sleepy
0 %
Angry
Angry
0 %
Surprise
Surprise
0 %

Mira que si juguem la final…!!!

0 0
Read Time:4 Minute, 59 Second

Recuerdo, de pequeño, ir de Massamagrell a Valencia en el trenet (en el viejo camarote verde o el azul, más moderno), pasar per l‘Horta d’ Alboraia camino del Conservatorio de Música. Sí, la música, como ese A tu lado que toma emoción en cada calentamiento granota en cada partido de la Bombonera d’Orriols. Ese A tu lado canturreado desde la grada por la gent granota, que será la ausencia más dolorosa en este día tan señalado para el levantiminismo. Ieee tu, que podem jugar una final!, es pesiguen la cara molts granotes encara.

En el trayecto, me conocía todos los campos de fútbol, de Meliana, de Foios, de Albalat. Niños en las escuelas jugando al fútbol, y yo ahí, encerrado en ese trenet, algo que en aquél momento ni me iba ni me venía: la música, con mi pésimo oído para sacar nada que no fuera mínimamente reconocible. Evidentemente, la música (la banda) me dio muchas cosas, pero me impidió, como niño y de niño, cumplir con una parte de mi sueño: ir a entrenar, jugar a fútbol aunque fuera mal. Era, más que mi sueño, mi obsesión.

Los campos de tierra del viejo cauce del Turia eran otra razón para embobarme en ese insípido trayecto. Así, dos tardes a la semana. Y así descubrí el Nou Estadi, aislado de la civilización, con tierra fértil a su alrededor. Cada viaje esperaba llegar al viejo apeadero de Palmaret, para poder ver aquel campo, el que más me impresionó desde las ventanas de ese tren que me llevaba adonde no quería ir o, más bien, adonde no me apetecía ir. Quería jugar, quería jugar a fútbol con mis amigos. Pero me tenía que conformar con ver, dos veces por semana, aquella mole inmensa en medio de la nada.

Vista àrea de l’antic Nou Estadi envoltat de camps. Foto Museu del Levant UE

¿Y quién juega ahí, me preguntaba? Hasta que averigüé que era el Levante, el otro equipo de la ciudad, que vestía en azul y grana, los mismos colores que, con la camiseta del 6 de Johan Neeskens (la única que tuve de pequeño y que me ha acompañado en mi memoria toda mi vida) me llevaron a esta increible sinrazón que es el fútbol, y del que, aunque ya no es lo mismo, sigo enganchado. Ese Nou Estadi (que, por cierto, se inauguró días después de que yo naciera, el mismo mes (septiembre) y el mismo año (1969) fue mi primera experiencia en granota.

No soy de grandes alardes emocionales en lo futbolístico. Más bien al contrario, comedido. Tengo pocas fotos con camisetas, pero me encanta aquella afición que hace de ponerse los colores de su club una religión. El Levante me atrapó desde aquel trenet, y desde la familiaridad y sencillez que se desprende nada más acercarte a él, en mi caso por trabajo. Al Levante se le aprende a querer rápido. Es, como un flechazo. Primero porque todo es fácil y familiar, y segundo porque ese vértigo de vivir siempre al borde del precipicio y de la mano de la adversidad, conmueve. Al principio es como un sentimiento solidario. Después, simplemente, te atrapa. El granotismo es casi como una consecuencia natural de acercarse al club. Quien lo hace, lo estima, vengas de donde vengas. De Caszely a Domínguez, pasando por nuestro Comandante José Luis Morales, Koné, Juanlu, Jefferson Lerma o Keylor Navas. Todos viven esto con intensidad.

Hoy, en esa semifinal vaciada del Templo como acostumbra a decir el bueno de Carlos Ayats, me pondría la camiseta del Levante y me iría al campo, a disfrutar, a saltar, a cantar, pero sobre toto a animar. Al levantinismo le hacía falta una cosa así, algo no sólo por lo que ilusionarse, sino por fardar como diría mi gran amigo Emilio Nadal. Por pasear con orgullo su sentimiento a los colores (blau i grana, pero también blanc i negre) por la ciudad, por dejar de sentir envidia sana por otros modestos que ya lo vivieron. La semifinal con el Athlètic ha unido a todas las generaciones de granotas, los críticos, los jóvenes (que han vivido la etapa de éxitos) y los más mayores, todavía magullados por el yunque de la adversidad, aquello que el más grande de los contadores de historias levantinistas, Paco Gandía, definió como parte del adngranota, el mismo que se inventó aquello de Catxeli, per a referir-se a Carlos Cazely, el chileno, mucho más ortodoxo de pronunciar desde l’apitxat. Hoy, Paco estaría orgulloso de su Levante, de un estadio convertido en la casa de los sueños, de una ciudad en la que ser granota ha dejado de ser una anécdota, aunque sea el sentimiento menos mayoritario.

Esta Granotera ha hablado en este tiempo, fundamentalmente, de fútbol. Y se cansó del fútbol y de sus debates tan estériles como necesarios: el fútbol es motivo de tertulia, de pique, de bronca, eso también es el fútbol. Pero a veces, me agota. Hoy, vuelve a escena de forma excepcional, para hablar de emoción y de sentimientos. Pase lo que pase esta noche en la Bombonera d’Orriols, engalanada con sus nuevas luces, con pantallas de caras de aficionados en las gradas, con el ánimo encogido de la mayoría en sus casas, y el silencio en el que los gritos de los futbolistas, los entrenadores, los utilleros toman protagonismo… Pase lo que pase, quiero acordarme de aquel niño de 10 años que secuestrado en aquel trenet, se acercó a aquel campo, a aquel club, a aquel equipo, el Levante, para ahora verse en estas de decir: Ieee tú, mira que si juguem la final de la Copa del Rei!!!! Pues eso, a ver si este Levante moderno, que nada tiene que ver con aquél que yo veía desde aquella ventanilla del trenet pero que no se explicaría sin aquel que yo sentí, puede asaltar La Cartuja de Sevilla y hacer que eso de Soñando Lo Imposible sea, unas semanas más, una oración de culto para todo el levantinismo.

Happy
Happy
0 %
Sad
Sad
0 %
Excited
Excited
0 %
Sleepy
Sleepy
0 %
Angry
Angry
0 %
Surprise
Surprise
0 %