Lo extraordinario

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«Nadie es extraordinario, excepto si alguien deposita su mirada en nosotros». En la Toscana (2022)

«Tú tienes una gran pasión, pero no eres extraordinario», le dice la madre al Chef Teo. «Nadie es extraordinario excepto si alguien deposita su mirada en nosotros», le añade. Una película de olores, sabores y música, más que de un guión atrayente. Poco más. Esta frase me hizo pensar. Lo extraordinario tiene un componente abducido, nos viene de fuera. Todos nos creemos a nosotros mismos especiales, pero lo extra nos viene de fuera. La autoestima nos ayuda a percibir esa admiración, y también a poder generarla.

Extraordinario no es que alguien te mire, sino que lo haga con admiración, con pasión, con esa belleza interna que haga erizar la piel y poner de fiesta la autoestima. Y no es sólo un componente sexual, sino sensitivo, válido para todo tipo de relación de estima (amistad, maternidad, solidaridad…) Es ese sentimiento que acaricia la excelencia y que se acompaña de una tenue sonrisa que roza la eternidad. Somos extraordinarios en cuanto a que alguien deposita en nosotros su mirada, su atención, que pasa a ser parte de ese genio que siempre representa el ente enamorable.

Y no sólo de una relación. Es más, diríamos que podría ser la más tenue de las excelencias. Un jardín de colores es la excelencia del mimo, cuidado y atención sobre cada uno de sus entes vegetales. La admiración por el resultado pero también por el proceso. Masajear una planta es como poner crema a la piel. Extraordinario. Detenerse a ver un amanecer o embobarse cuando uno ve dormir a su hijo.

Lo extraordinario se olvida de la estrategia y de la logística, de la pereza por compartir tu tiempo. Simplemente, te atrapa, te saca de la monotonía y te lleva a soñar despierto. Lo extraordinario pinta sonrisas pero atemoriza. La pérdida de lo extraordinario nos deja huérfanos, nos entristece. Llámale admiración y ponle pasión: a pintar un cuadro, a acabar una carrera, a inventar sabores en una receta, a meditar o a bailar sin parar como si no hubiera mañana. Busca la excelencia. Haz que te vean lo que ya te ves tú: extraordinario.

*En la Toscana, la película, el cuento de la pasión por la cocina, por los olores, por el tacto en la boca, por la mirada de colores. Cocinero de culto en una fria ciudad de Europa que vuelve a Italia a congratularse con los colores, los olores y la memoria de su pasado, con una salsa de aventura romántica con génesis en la amistad infantil. Nada nuevo, más allá de la extraordinaria fotografía que nos regala la Toscana

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Ma(E)ternidad

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No soy nada de eso de el día de… Ni siquiera del mío, de mi día, excepto algún año concreto (el que más cuando cumplí cuarenta, y no me preguntes por qué…) Ni busco la foto ni tampoco la expresión de algo que es una obviedad: el amor a tu madre es puro instinto: ella te creó. Desde la griega Rea a la romana Hilaria, pasando por la Virgen María de los cristianos, conmemorar la maternidad ha sido una consecuencia lógica de la propia creación. La Madre nos hace, es el origen de todo. De ahí, la Meternidad: una madre es eterna.

Enorme agradecimiento (en lo genético), y a partir de ahí se genera el resto, que puede resultar incondicional, o simplemente anatómico. Pero en este tipo de celebraciones siempre me pasa lo mismo: me chirría la pose. Como os conté en Navidad, que parece que todo el mundo tiene que ser feliz, y mucha que no lo es se siente frustrada. Lo mismo con la Madre (o el padre o cualquier santuario). Madres sólo hay una. Y yo la tengo. Por desgracia, no todos son como yo. Vaya pues esta reflexión para mostrar mi enorme afecto y comprensión a todas aquellas personas que ya no la tienen o que, si la tienen, no la sienten cercana, sea la razón que sea.

El concepto no es sólo el de madre (en sentido biológico) El concepto es el de la figura de madre, como apoyo de sus hijos. Los que no la tienen, los que no la han conocido o los que simplemente han renunciado a ella, la buscan y la encuentran. Madres adoptivas, madres de acogida, mujeres (y también hombres) que hacen la función necesaria de madres. A todas ellas, me dirijo. En todas, seguro que hay dedicación educación, directriz, buenos hábitos, buenos valores y, por supuesto, mucho amor. Todo ello es lo que agradezco a mi madre, que fue la primera mujer que conocí y la primera feminista de la que aprendí (nunca ha ido a una manifestación) y, sin duda, la mujer que más ha influido en mi vida.

Siempre recuerdo cómo, de pequeños, llegábamos de la escuela y teníamos redactadas aquellas notas en la cocina para preparar la comida -ella trabajó y nos enseño a todos a cocinar como logística necesaria-, cómo hicimos todas las tareas de casa, cómo aprendimos desde la igualdad real, sin poses. Mi madre siempre se ha sentido independiente, incluso para generar sus propias dependencias. Sus decisiones han sido como persona y mujer. Y con algunas de ellas no he estado de acuerdo o lo hubiera hecho de otra manera. Pero, como le digo a mi hija, las decisiones de los padres (el genérico, es decir nuestros progenitores), siempre que se hagan desde el sentimiento y con el valor como principal argumento, hay que valorarlas y aceptarlas. Nunca sobran. Siempre queda (y se aprende) aunque no te gusten.

Aquello de que los amigos son la familia elegida es un buen eslogan. ¡Ojo!, y siempre he dicho que hay pocas cosas mejor que unos buenos amigos. Pero una madre (en el amplio sentido de la palabra, genética o no) amorosa, comunicativa, comprensiva y no proteccionista es siempre un valor para no tentar a la suerte. La nuestra, además, nos inculcó la responsabilidad y la autogestión, y siempre nos animó a ser buenas personas por encima de todo. No fue elegida pero sí que es para estar agradecido eternamente. ¡Ah! ¿Y por qué no? Para gritarlo a los cuatro vientos, o escribirlo en las memorias que nos acompañan eternamente.

Un abrazo de agradecimiento a todas las formas de madre, a todas… Madres eternas. MaEternidad

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