Ciudad y pandemia

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Noche de fin de año. Alrededor de una mesa, ya hartos del jalo y ataviados con el cotillón esperamos ansiosos el nuevo año. Nunca pensamos en lo que vendrá, sino en que venga mejor. «Yo brindo por la salud porque sin salud, no hay nada más», siempre hay alguien que dice esa noche. La salud se da por sentado, que se quiere y se tendrá. Así lo pensamos mucho este pasado fin de año, y mira por dónde, nos salió rana. Rafael Bengoa, uno de los expertos en salud más importante de este país, lo acaba de decir: «sin salud, no hay economía», cuando le preguntaban si esa realidad dual ha sido el problema de esta pandemia. Lo ha dicho a pasado, cuando la desescalada se aceleró buscando evitar el caos económico. En la vida, las decisiones a medias no suelen salir bien, sobre todo cuando los problemas son de enjundia. Y nadie puede decir a estas alturas, que en occidente casi todo ha sido así, a medias. O sea, mal.

Bengoa venía a quejarse (como otros muchos científicos) de la falta de una evidencia científica global, un organismo (más allá de la errática OMS) que centralice todo lo que se hace, se dice y se aconseja, que unifique el mensaje, insisto. Un comité de expertos que fiscalice a los que deciden. Ya dije que éste del Covid_19 es más un tema de comunicación, y me reafirmo. Ese comité ha de empezar por enviar mensajes claros a una ciudadanía deseosa y exigente de las mayores certezas posibles, aunque éstas vayan llegando poco a poco. El proceso de desarrollo de la ciencia y su modus operandi es otra de las grandes aportaciones del virus: el error es parte de la decisión (prueba y error), sin traumas y sin exigencia irracional de responsabilidades ni culpas, como nos ha enseñado la vieja y la nueva política, en la que el reproche es el rey. Ir por una calle de un pueblo, sólo, sin nadie a tu alrededor, con más de 30º y con mascarilla es estúpido, producto de una norma en bruto. Y hablo de la mascarilla porque es la que más ha cambiado nuestras vidas y, ponerse a un lado u otro de su uso, no es inteligente, pero pasa. Esta discusión viene derivada de una norma extensa, no focalizada. Cuando la norma se excede, el efecto es el contrario, como en la adolescencia. Y ahí radica que este país sea el más restrictivo con el uso de mascarillas y uno de los líderes en número de contagios.

La crisis del urbanita

Buena salud, seguro, será el deseo global este próximo fin de año. Salud y libertad. Y aire puro, sin virus. Cuando los expertos te dicen que evites aglomeraciones, mantengas distancia, ventiles, etc… te están invitando a abandonar la ciudad, centros neurálgicos de la epidemia y lugar de transmisión y de riesgo. Los grandes eventos, la party de las grandes urbes también han entrado en revisión. El ocio masivo se tambalea. Porque, aunque es seguro que venceremos al virus, hay cierta evidencia en que otros llegarán y veremos de qué manera actúan.

Las grandes urbes, nacidas bajo el foco de la industrialización y fomentadas por un exceso sobrevalorado del ocio en manada -todo lo tengo cerca y la oferta es más amplia-, están en el ojo del huracán en tiempos de pandemia. Salir de tu casa y encontrar ríos de gente es como sentir la civilización y tener una sensación de seguridad. Y, cuando nos agobiamos, buscamos el campo. Este país es mayoritariamente de pueblo, pero vive en grandes ciudades. Ahora, las urbes están en el punto de mira de la pandemia, pero las consecuencias/decisiones han sido igual para todos, y eso ni es justo ni se puede dejar de corregir. La España vaciada ya había dado signos de hartazgo antes de la pandemia. Con ella, más y con razón.

En todo caso, apuesto ruralizar las ciudades y no urbanizar los pueblos. Para ello hay que reducirlas, bajar su densidad, y también empezar a cambiar el estilo y las prioridades de vida. Pasar la tarde en un centro comercial es, seguramente, el paradigma del urbanita. Y ahora, están casi cerrados o son vistos con recelo. Siempre he vivido en un pueblo pero he hecho mucha vida en la ciudad. Desde hace tiempo, huyo de la gran urbe. El coronavirus lo ha acelerado. Soluciones urbanas a realidades rurales es otra de la falta de registro en las decisiones. Sólo con haber focalizado las decisiones y haber evitado la generalidad (confinamiento global) se hubiera ganado tiempo y dinero. Pero los nombres pesan (Madrid, Barcelona, Nueva York, París…) y los números, como en la noche electoral, también. Un abuso…

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Comunicar en tiempos de Covid

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‘No vamos a soplar las velas este año’, decía mi madre en los preparativos del 86 cumpleaños de mi padre. Lo decía con miedo y confusa: «en la tele han dicho que no debemos de soplar las velas, que es peligroso, se extiende el virus». Constatación de la afirmación, ninguna. Aproximación científica, seguramente. Estamos en un nuevo tiempo vivido en el que no existe unanimidad médica, ni seguridad científica ni nada que se le acerque. Sólo existen indicios, y con ellos, el caos. Todo es posible y nada lo es. Hoy por hoy, la gestión universal de esta crisis es, bajo mi punto de vista, un asunto de comunicación. Qué quieres decir, qué mensaje quieres hacer llegar, cuánto estás dispuesto a estirar los mensajes por muy contradictorios que sean… Y en esas es cuando los medios de comunicación, como aliados necesarios de la política, volvemos a salir mal parados. De ser ventanas y oxígeno durante el confinamiento, a ser apestados por la carga viral que llevamos con nosotros y la insistencia por informaciones que se quedan en la superficie, sólo constatan el hecho, los hechos que emanan de los que gestionan lo desconocido.

«He dejado de ver la tele y de leer nada porque nadie nos dice lo que pasa realmente», me dicen muchos amigos y conocidos. Y es algo que se extiende, no sólo con la pandemia, sino con muchos más asuntos. La gente está desconectando de los mensajes (y de las noticias) a través de los medios de comunicación porque se ha cansado de ‘escuchar siempre lo mismo’ (brote aquí, brote allá, esto se puede hacer, ésto no, etc., esto se debe hacer, esto no) y también porque las informaciones no llegan al fondo, son superficiales. Estamos informando de lo que nos informan, como en tiempos de guerra «Lo siento, pero yo ya no me fío de la prensa, sólo de la ciencia», me decían el otro día. Y la ciencia tiene su propia forma y estrategia comunicativa, y sus propios medios de difusión y de control, lejos de los códigos de la información generalista de la que soy consumidor y partícipe.

Por ejemplo, ahora no se habla de control del virus como durante el confinamiento. Todo lo contrario: se pretende hacer llegar el mensaje de que ‘el virús no se ha ido, está aquí’, de que dudemos incluso de si tiene cura (vacuna) como ha sugerido la OMS, y de que el grado de contagio continúa siendo elevado, cosa que siendo cierto no se aleja mucho de otros virus. Pero ahora, sin confinamiento masivo, y cuidándonos muchos de evitar que haya otro porque, de haberlo, la palmamos todos, pero de hambre. Para reactivar la economía, abrimos la mano; para parar la pandemia, recortamos. Desde el inicio el mensaje es contradictorio y poco fiable. Consecuencia: ni paramos el virus ni reactivamos la economía.

DÓNDE PONER EL FOCO

Si le pides opinión sobre la pandemia a un médico, a un epidemiólogo, a un estadista, a un urgenciólogo o una enfermera, la realidad que te dibujará será diferente. Y ninguna de ellas totalmente cierta, ni totalmente equivocada. Los profesionales de la medicina viven a diario con la muerte. Están acostumbrados a lidiar con ella. Por eso, sorprende alguna de sus reacciones en relación con el Covid19, en una doble vertiente: su miedo alerta de que es algo más grave de lo normal pero, también, sus códigos les lleva a ‘salvar vidas’ y no hacerlo, les deja un poso de frustración como si no hubieran hecho bien su trabajo. Y de ahí su lógica denuncia de cansancio físico y psicológico en esta pandemia, en la que, además, han sido el foco de atención, los receptores del aplauso y foco de la esperanza. Nunca tuvieron tanta presión. Y por eso sus alertas y denuncias rozan la desesperación.

«Desde el inicio el mensaje ha sido contradictorio y poco fiable. Consecuencia: ni paramos el virus ni reactivamos la economía»

Queremos que la gente salga, consuma, se atreva… pero al mismo tiempo le damos el mensaje contrario. Prudencia, ¡ojo con la excesiva interacción!, nos dicen. Traducido quiere decir: si fuera sólo por la salud, confinamiento; si fuera sólo por la economía, vida normal. Pero no es ni una cosa ni otra. Nos tomamos una cerveza como si nada hubiera cambiado y, cuando nos levantamos, nos topamos con el bicho: cuidado que no se ha ido, y nos va a acompañar un tiempo.

En el fondo, está el miedo al colapso sanitario que ya nos llevó al confinamiento (en mi caso, lo hice de forma anticipada y voluntaria). Obvio. Lejos de la realidad, los hospitales (siempre, según esos mismos datos oficiales) viven con cierta calma, a pesar de que los que están a pie de cama y de UCI no quieren pasar por lo vivido en marzo (nadie lo quiere). Ahora, se extiende que esa tensión sanitaria está en la atención primaria, y los desajustes de los rastreadores. Lo que es cierto es que ahora somos proactivos, vamos ‘a buscar casos’, y encontramos más, y la gran mayoría, leves.

El objetivo (y no digo que no sea necesario) es decir: no se puede volver a tiempos de confinamiento, ni por cifras de ingresados y UCIs, ni por número de fallecimiento. Los datos, por sí solos y en general, no reseñan nada. Han de elegirse con criterio neutro, no con la intención de servir a nadie. Elegir difundir un dato (brotes y positivos con prueba PCR), y no otros (ingresados, hospitalizados, en UCI) tiene su razón e intención. Incluso, la semántica de brote y rebrote tiene su aquél. El primero (que es el que se da, fundamentalmente) es un nuevo grupo de casos positivos; el segundo es cuando se producen positivos después de haber erradicado anteriormente los casos en un mismo lugar o zona, y vuelven a producirse positivos. Es más, según la nomenclatura oficial, se considera brote cuando se localizan a tres o más infectados en un mismo grupo social (trabajo, ocio, familia…), algo absolutamente habitual en caso de epidemia. Insisto: lo normal es que, a más interacción, haya más casos. Si lo llamamos brote es más gordo, asusta más. No es un caso aislado (a mi no me toca) y, por tanto, aumenta la conciencia sobre la situación. Pero, colateralmente, también, por lógica, a la actividad económica: ‘no salgo’ o porque tengo miedo o porque así no merece la pena.

Se trataría, por tanto, de resolver con equilibrio, mesura y no buscando únicos culpables (ahora los jóvenes descerebrados que salen por ahí…). Lógico y, la mayoría, lo hace bien, pero como pasa con esa edad, sienten menos miedo que el resto. Resolver la ecuación salud, economía, vida, no es fácil en un contexto de pandemia. Nadie está libre de un contagio que derive en fatal, por supuesto. Pero aunque el anhelo de toda sociedad sería la de una gestión unánime para todos (algo casi imposible), el objetivo, por tanto, es alcanzar altos grados de bienestar para amplios sectores. Y, por tanto, los recursos (limitados) y los esfuerzos han de centrarse en gestionar para la mayoría y para la defensa y protección de una minoría más expuesta y más dispuesta al sacrificio. Y destinar recursos para ellos. Lo mismo, por sectores económicos. Se hizo bien: teletrabajar o parar para aquellos sectores que hacen de la interacción su razón de ser. El resto, vida normal, con precaución pero sin obsesión que haga de freno a la actividad. Es como querer que vengan turistas, pero que no salgan. O lo uno o lo otro.

Para un asmático con alergia al ácaro como yo, exponerme a lugares cerrados mucho tiempo, es una temeridad. Lo único que puedo hacer es evitarlos. Pero no puedo exigir que nadie los visite por si acaso yo sufro un ataque de asma con el pretexto que afecta a mi libertad personal. Si soy personal de riesgo, reduzco mi círculo, prevengo posibles complicaciones. Y el resto, a seguir. Lo hacen todos los enfermos, y por desgracia, enfermedades hay muchas más el coronavirus. El bicho no ha parado el tiempo. Sigue. La globalización (y su forma de vida: viajes continuos, ciudades muy pobladas y virus planetarios nos ha traído una pandemia, sanitaria, económica y social) lo ha extendido y lo hace más difícil de parar. Seamos conscientes y congruentes. Cuidado con lo que comunicamos porque puede causar el efecto contrario

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Imponer el miedo

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Sigo duchándome cada día después de llegar de trabajar. Sigo lavando la ropa a 60º (no toda). Sigo lavándome las manos con empeño. Sigo dejando los zapatos en el exterior. Sigo utilizando el gel hidroalcohólico cada vez que hago un movimiento en el exterior, en el trabajo. Sigo poniéndome la mascarilla de forma responsable, allí donde no se puede guardar la distancia de seguridad. Sigo viendo a la gente que mira triste, ahora más detrás de una mascarilla. Sigo viendo a la gente con miedo, unos más y otros menos, pero con miedo. Sigo escuchando a la gente no mirar el futuro, ser esclavo del presente. No programar vacaciones, ni viajes…

El talento está congelado, el atrevimiento reducido a los más resilientes. La sociedad no puede avanzar porque todo tiene una sensación de provisional. En tiempos de confinamiento se decía: «como sigamos así, nos vuelven a confinar». Algunos parece que lo deseen para culpar a los otros, los incívicos, del desaguisado. Y lo cierto es que todo indica que, en su momento y seguramente antes de que todo acabara con un brutal confinamiento, ya vivimos mucho tiempo con el virus sin hacerle el más mínimo caso y que, ahora, el virus, igual de contagioso que en enero o febrero, se controla con rastreos y medidas de distancia localizadas. Confiemos en lo aprendido. Vamos, lo lógico.

Confinamiento y recomendación…

La época más dura de la pandemia, era un tiempo de mascarilla recomendada, y no prohibida. De prohibición lógica (no salir de casa), pero dura (la libertad en standby la economía en colapso). Pero era tiempo de mayor certidumbre (se sabía lo poco que hacer y lo mucho que guardar), de menor tensión social entre aquellos, los más aprehensivos y sensibilizados con la enfermedad (muchos de ellos con una relación directa o cercana con la misma) y aquellos que -como es mi caso- vemos en el virus un especie de reto: ser pasivos o proactivos, plantarle cara al virus o combatirlo con angustia. En caso de ser proactivos, ¿qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿De qué se trataría? El ex ministro, Miguel Sebastián, escribía sobre ésto hace poco en El Español: ‘Convivir con el virus no es la solución. Hay pocas certezas, y ninguna apuesta ha resultado claramente ganadora, se trata más bien de tener una actitud responsable. Los contagios y los brotes se producen a medida que volvemos a situaciones parecidas a lo vivido antes, a lo vivido desde siempre (en nuestra corta vida) Y cada contagio es un susto, un argumento para los obedientes responsables y de recriminación, para los que no sacralizamos la presencia y la virulencia del virus, que por otra parte, ha provocado mucho dolor y muerte, eso sin duda. A mi, este debate, me pilla con muchas dudas porque ni me acabo de creer el mantra de que no habrá normalidad hasta la vacuna (creo que hay un conocimiento médico del virus pero tomado con las lógicas reservas sobre su eficacia), ni me creo, por supuesto, a los negacionistas, donaldtrumps y jairbolsonaros de turno que han convertido sus países en orgías para el virus y cementerios para sus víctimas.

Los más confinados, más miedo

Por mi trabajo, no dejé de salir de casa en toda la pandemia. Y reconozco que los que fuimos ‘esenciales’ tenemos una mayor tolerancia con el ‘virus’ (no sé si de una forma demasiado confiada o desenfadada) que los que tuvieron un confinamiento de sesenta días con sus sesenta noches. A éstos, les ha dado miedo salir (a nosotros, más pereza que miedo). Insisto en que parto de la base de que no tengo del todo claro cuál es la actitud para con esta pandemia (por falta de evidencias). Y más en esta etapa intermedia, como de prueba. Y más, en este trayecto más incierto, el que va desde el colapso sanitario a la nueva realidad (cuando tenga más ánimo hablaré de la chorrada esa de la nueva normalidad), salpicado de brotes aquí y allí, con los policías de mascarilla y alardeadores de la buena conducta cumpliendo a rajatabla las medidas de prevención, cosa que, todo sea ducho, con mesura y respeto, creo cumplir debidamente aunque no viva constantemente detrás de una mascarilla.

La imposición del miedo es la peor de las pandemias porque atañe a lo más preciado que tenemos: la autoconfianza. La equidistancia (no ideológica) me permite comprender a los que se sienten amenazados por el virus y a los que, como es mi caso, cree que se ha de añadir el sentido común y el respeto al repertorio de manuales y normas. A aquellos les pido respeto por los que queremos vivir sin miedo, siendo realistas, reconociendo que ‘el virus está ahí, no se ha ido’, pero personalizando con mimo todas las medidas para no convertir nuestra vida en otra pandemia, la de la parálisis. Y la mayoría, que conste, tiene ese respeto y limita sus miedos a su ámbito personal. Como yo los míos.

«La imposición del miedo es la peor de las pandemias porque atañe a lo más preciado que tenemos: la autoconfianza»

Seré yo quien decida si me place salir a tomar una copa o tomármela en mi casa. Si me obligan a tener miedo, me confinaré voluntariamente, si antes no lo hacen los gobiernos, presionados por aquellos que en cada brote ven una apocalipsis. Pero no me pidan que ayude a la sociedad a no hundirse (economía) y al mismo tiempo me censuren cómo lo hago, siempre con mesura y precaución. Porque esa elección es mía. Y no es insolidaria. Brotes hubo, hay y habrá. El contagio cero es una quimera. Saber convivir con ellos, con serenidad, responsabilidad y sin miedo, es también necesario. Al menos para mí.

De la policía de balcón a la de mascarilla, aquellos que se autoproclaman superiores por pretender ser más precavidos, no tienen mi apoyo. Quienes, con los mismos síntomas, muestran ese miedo, mantienen al máximo su prevención, respetan los miedos de los demás siempre que no les perjudiquen y tratan de vivir lo mejor posible dentro de las limitaciones que impone la situación, no sólo tienen mi máximo respeto, sino también mi admiración. No soy nadie para juzgarlos. Ni tampoco quiero que nadie me juzgue.

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És el millor Llevant de Paco López?

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El futbol no enganya. I este futbol post-Covid, menys. Els comentaris, gestos i expressions retronen en les transmissions. A mi em recorda als meus partits de menut (pocs perquè vaig jugar poc a futbol) en un dels equips del poble (l’Arrabal, club de barri que ja no existeix). Camps buits. Senties a l’entrenador, una circumstància que acabava per descentrar-te, per afectar-te. L’errada es paga. I més, de menuts. És el futbol que ens ha tocat viure ara, una experiència única.

Alguns diuen que açò no és futbol, que sense afició, no hi ha caliu. I és cert. Però jo li pegaria la volta. Açò és el futbol, el de debò, el real. L’altre, el que coneguem, el que vivim als estadis, és l’espectacle del futbol, el que depén no només del joc, sino també de les emocions i dels sentiments. L’esport que permet reduïr l’escletxa real entre dos equips de qualitats diferents. Però el futbol real és éste, no aquell. Tot i que estic amb la majoria, el que tirem de menys els aficionats és el futbol dels estadis. I els jugadors, segur que també.

Hi ha una tendència a satanitzar l’anomenat futbol modern, l’afectat per la tecnologia (per eixemple el VAR), una resistència habitual en la societat i que està englobada en les anomenades tanques tecnològiques. Éstes, són molt més radicals en el planeta futbol, conservador per natura.

Bon Llevant contra la Reial

I dic això, perquè en este nou futbol que el coronavirus ens està obligant a consumir, els paràmetres emocionals s’han reduït, i en el nostre cas, la solvència de l’equip de Paco López ha augmentat, ha sigut positiva, molt positiva diria jo. En concret, l’últim Llevant contra la Reial Societat ha sigut l’equip que, enguany, més s’ha semblat al futbol que a mi més m’agrada. La barreja, la diversitat tàctica, la pilota, la dividida i la pròpia, la que fas servir de bota a bota. Sempre li havia demanat un Plà B a Paco per tal de desembossar els partits tancats, o plantejar un partit inesperat als rivals, més enllà del dibuix tàctic numèric que tant ens agrada als aficionats, i que provoca cert rebuig en els tècnics, als quals desagrada eixa simplificació, necessària gràficament però insignificant en la pràctica, solen dir.

El Llevant UE post Covid19 és (més) solvent: una sola derrota (Atlètic), dos victòries (Espanyol i Betis), i quatre empats (València, Sevilla, Valladolid i Reial Societat). Un únic partit amb la porteria a zero, 10 gols a favor i 7 en contra. El Llevant post-Covid19 estaria a un punt d’Europa, . Amb (*) equips que han jugat un partit més, La última columna és la diferència de gols a favor i en contra.

Els equips, però, solen ser el que volen les aficions. A cada afició li agrada, de forma genèrica, un estil, sempre relacionat amb l’aposta que més èxits els ha donat. A Orriols, el model JIM, liderat per Juanfran i Ballesteros té molts defensors. Lògic. A la vorera del Mestalla, agrada l’estil bronco i copero, el de les carreres, la velocitat. Una ocasió, un gol, una victòria…. El recentment desaparegut Radomir Antic fou destituït pel Reial Madrid quan anava líder, igualment que fa poc passà amb Ernesto Valverde. A Can Barça, l’estil, el toc, el cruyffisme és sagrat. L’Atlètic de Madrid viu de l’herència de Luis Aragonés, el València, de Benítez, Cúper o Ranieri. El Llevant? Contem amb Luis García, JIM, i la barreja que, per a mi, suposa la proposta de Paco López. Crec que, a poc a poc, coneguem més a què vol jugar, en l’any que el de Silla ha tingut una participació més directa i única en la confecció de la plantilla, coincidint amb l’eixida de Tito.

La gestió de la pròxima plantilla marcarà el futur. Igual que afectà la marxa de Jefferson Lerma, podria ser decisiva la possible venda de José Campaña, el jugador referència de Paco. L’aportació de l’Escola i el planter en el primer equip, també serà un punt a vigilar en la gestió del club en general i del tècnic en particular. Vorem què ens ofereix l’estiu. Però la classificació d’este final de lliga, ens pot i ens deuria marcar els pròxims objectius, sempre sent conscients que el principal d’ells és allargar al màxim la permanència en l’elit.

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Determinación

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La determinación es una de las cualidades, en la vida en general y en el deporte de alto rendimiento en particular, que más cotizan en la actualidad. La determinación de José Campaña. Nunca se esconde, aunque su presencia es a veces desesperante y casi siempre con apariencia de cansina. La determinación, por ejemplo, de Pablo Martínez, que en Mestalla tuvo la osadía de coger el cuero para lanzar a balón parado cuando Bardhi y Campaña estaban out. La de Gonzalo Melero en ese mismo partido: sin titubear, cogió la pelota, asumió la responsabilidad de lanzar el penalti que le dio un punto. Era el último minuto. O gol, o derrota. O la de Aitor Fernández, mostrando confianza tras forzar un penalti en Valladolid que le pudo costar la derrota en Zorrilla.

La capacidad de decisión depende de la confianza, no hay duda. La autoestima también incide en la determinación. Pero, a veces, esa determinación, deja de ser osadía y se convierte en algo parecido a la soberbia. Ojo. Y en el deporte profesional, la linea entre una y otra es muy fina. Más allá de asuntos de vestuario, la determinación es bien acogida, la grandilocuencia del que reclama todos los focos para él, un problema. En el Levante, por lo que sé, no es el caso. Al menos, no a un nivel que desestabilice.

La determinación de grupo

Vamos donde la gente granota ha puesto el foco tras el insulso empate de Valladolid. A veces, es fácil confundir la apatía con el cansancio. De hecho, la apatía puede ser un síntoma del segundo, sin duda. Cuando las piernas no van, todo se hace menos brillante, a un ritmo más bajo. Por eso, la calidad suele refugiar y disimular la debilidad física. Si dependo de mi físico para brillar (hablamos de un lateral, por ejemplo), los partidos de perfil bajo por acumulación, cansancio o escasa motivación, delatan al que se escaquea. En la bici, decimos ‘guardar’, dosificar. Esfuerzo de más que hagas, la carretera te lo hace pagar . En el fútbol al máximo nivel, intuyo que también. Y la acumulación de esfuerzos es el maldecap principal de preparadores físicos y, por extensión, entrenadores. Asimilar la fatiga es la clave del rendimiento, y por ello todos los esfuerzos ilegítimos (doping) han ido a reducir o eliminar la fatiga, ante esfuerzos continuados. O, lo que es lo mismo, facilitar la rápida recuperación.

Determinación y cantera

Determinación también la hay en las apuestas atrevidas. Jorge Valdano apostó por Raúl, Josep Guardiola por Busquets y Javi Calleja por Pau Torres, entre muchos ejemplos. Signo de confianza pero también termómetro y prueba de buen funcionamiento de la Escuela. Paco López, que llegó al primer equipo del filial, ha optado más por un canterano importado (Borja Mayoral) que por cualquiera de los que tuvo o hay en el filial, algunos (dicen) con tan buena pinta como Alex Cantero, más joven, o Joan Monterde, más experto. Sólo son ejemplos. No conozco al detalle la cantera. La conclusión es: o no se apuesta o no funciona. Conozco algo a Paco, y sé que sabe ver el talento y no duda en dar una oportunidad. Dicho esto, sólo me queda pensar: la escuela existe. Pero ni está (gestión) ni se la espera (se tiene fe). Al menos, eso dicen los datos. Cierto que, como decía ayer Jagoba Arrasate, lo de dar ‘una oportunidad’ a la gente joven está bien, pero siempre que se haga con sentido de continuidad. Pero, el problema es cuando no se mira abajo o, si se hace, se mira por mirar.

Querer crear en Natzaret una nueva Ciudad Deportiva está bien. Elaborar, crear y redactar un gran proyecto de escuela y cantera es un obligación para un club como el Levante. Si nos fijamos en el continente y nos olvidamos del contenido, vendemos humo y, además, no hacemos un marketing de calidad. La realidad, hoy y visto lo visto, es que la escuela sirve para rellenar huecos y completar listas. Para mí, esa conclusión es muy triste. Si alguien es capaz de demostrarme lo contrario, estaré encantado de escucharlo y creerlo. Nada de verdades absolutas.

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Las piedras, en la playa

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Los extremos se tocan -y se necesitan y se retroalimentan- desde un punto de vista sociopolítico. El problema de los extremos no es lo que afecte a cada uno de ellos -se crearon para eso, para crear cierto caos en el que crecer- sino que nos afecte como sociedad. Son la gasolina para que la mecha no se queme, y pueda encender el fuego. Y, claro, caemos en su trampa. Españoles contra gudaris o mossos. Del España nos reprime a los enemigos de España. Pero también, la sociedad que no acepta la diversidad: sexual, religiosa, de pensamiento. Necesitamos un reseteo de tolerancia, y necesitamos que los que se sitúan en las partes sogatira no controlen la partida. Y no hablo de partidos, ni mucho menos. Hablo de clanes sociales: los que militan y los que les siguen.

Será por la edad, pero supongo que también por la experiencia y por tener más información, que he optado por aliarme a todo aquello que me une con los demás, no lo que me separa. Me parece más inteligente. Cuanto más leo a gente que abandera la neutralidad , más beneficio saco. Por no hablar de paz y tranquilidad. Y más todavía si, desde la militancia, hacen ejercicio de autocrítica consigo mismo y con sus adversarios, que no enemigos. Cada vez creo más que lo transversal nos une. Por ejemplo, los acuerdos entre empleadores y empleados, tanto en el genérico como a pie de fábrica. El consenso no sólo aúna, sino que crea complicidades. Y ahora (y yo diría que siempre), las necesitamos. En tiempos de mal dadas, la luchas en solitario suelen ser sólo por supervivencia. Como colectivo, necesitamos que todos nos olvidemos de reproches y nos centremos en los mínimos puntos que nos unen. Los acuerdos, los armisticios, las ententes… siempre son garantía de continuidad y cierta tranquilidad. No dejemos que el ruido nos dé señales confusas para elegir el buen camino. Las grandes fases de paz que ha vivido la historia de la humanidad han nacido de eso, de acuerdos. Y éstos, desgraciadamente, siempre llegaron tras molernos a palos, un paso que, conociéndonos, debemos de centrarnos en descartar de forma categórica. Huyamos de las piedras, hablemos por las ondas, no con las hondas.

El consenso no sólo aúna, sino que crea complicidades. Y ahora, las necesitamos. En tiempos de mal dadas, la luchas en solitario suelen ser sólo por supervivencia. Como colectivo, necesitamos que todos nos olvidemos de reproches y nos centremos en los mínimos puntos que nos unen.

Celebramos el día de la diversidad y, muchos de los mismos que la defienden como signo de tolerancia, lanzan piedras a aquellos que niegan su existencia. Y pierden la razón. Los avances sociales, casi por naturaleza, siempre han venido de la mano de las fuerzas de progreso, que lo llevan en su adn. Cierto que el mérito (y el esfuerzo) es de quien toma la iniciativa (divorcio, aborto, matrimonio igualitario, aceptación de la realidad diversa…) Pero siempre se ha contado con la aceptación de quienes hicieron bandera de todo lo contrario y lo asumen en su ideario. Es nuestro éxito como sociedad. El ejemplo de lo que no nace de ese consenso lo tenemos en educación, cuya gran asignatura pendiente es la no transversalidad, es decir, la falta de acuerdo, que lastra nuestro sistema, con legislaciones y derogaciones turnistas. Las pedradas no necesariamente se lanzan con una honda. Las palabras, a veces, llevan piedras, como los que quieren quebrantar los consensos con una falsedad llena de carga ideológica y de odio. La violencia machista es una realidad, por desgracia, que no ofrece discusión, por mucho que, como decimos, algunos hablen de ella como la parte de un todo.

Las piedras las carga el diablo

Promover la sospecha de que su gestión protege con desigualdad a hombres y mujeres es una indecencia y una temeridad, pero también lo es no plantearse, no debatir, no tener en cuenta que existen desajustes , como todos conocemos en nuestro entorno, aunque no aparezcan en las estadísticas y aunque su denuncia sea más un descrédito que un derecho. Porque la maldad no tiene sexo, y el odio menos. Y ha de ser perseguida, con el mismo ansia y celo. El drama de miles de mujeres amenazadas todos los días, no sólo físicamente sino psicológica y mentalmente, no da cabida a posiciones que, con carácter de estrategia de acoso y derribo general, tratan de imponer una verdad que no tiene sostén numérico, ni cualitativa ni cuantitativamente. El problema de las piedras, me decía mi madre, es que en la mano sabes dónde están, cuando salen de tu mano, pierdes el control, y pueden hacer diana en cualquier sitio. Las piedras las carga el diablo.

La causas próximas, las más cercanas, las gotas que hacen derramar el vaso suelen ser piedras o tiros que salen y hacen diana, sin aparente peligro más allá del daño físico pero sí con consecuencias muchas veces incalculables. Le pasó al archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, quien fue asesinado junto a su mujer en Sarajevo, presuntamente por nacionalistas serbios, y dicen que de forma accidental. Una macabra coincidencia cuyas consecuencias fueron terribles: nació la primera gran guerra mundial del siglo pasado. Poca broma. Se habla de 13 millones de personas que, directa o indirectamente, murieron tras la pedrada de Sarajevo. Y 21 millones afectadas por causa bélica. Todo, con la pandemia de la Gripe Española de 1918 como acicate de muerte. Otra macabra coincidencia. Aprendamos de la historia. Dejemos las piedras en la playa.

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La gran decisión de Morales

la gran decisión
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San Mamés. 24 de abril de 2018. El Levante, que viajó a Bilbao con el aliento entrecortado buscando amarrar su permanencia, se hizo con la victoria (1-3). Enis Bardhi se salió a balón parado, José Morales lo hizo con un cabalgada soberbia, con la fortuna quien provoca el fallo del rival en un uno-contra-uno letal, de esos que confunden por la velocidad con la que lo hace. Cerró con ese gol el partido y la permanencia de forma estelar.

Es y ha sido imprevisible y, por eso, parece menos estético. Pero ese gol, que tuve la suerte de contar y cantar en la pasional y emotiva radio, tuvo todo lo que ha coronado al madrileño, al líder más obrero del fútbol, el jugador al que la internacionalidad hubiera sido una medalla porque el trofeo lo tiene. Si hubiera nacido en cualquier otro país, lo hubiera logrado. Aquí, el duopolio Madrid-Barcelona y la radialidad en la comunicación del país, hace que ser héroe por un día con La Roja no sea fácil, más bien imposible sin el foco mediático.

El Nuevo San Mamés fue testigo de uno de los goles más memorables de José Morales con el Levante (24 de abril de 2018)

«No hay ningún jugador, y mira que conozco, que reconozca de primeras que ya no es el mismo, que su carrera deportiva se va acabando», me decía un amigo hace unas horas hablando del rendimiento de José Morales tras el partido del Mestalla. Ayer, ante el Sevilla, se repitió. El Comandante, al que todavía le queda mucho fútbol, ha dejado de ser determinante porque no ha sabido reconocer (y no es fácil hacerlo) que debe adaptar su fútbol a su cuerpo, y no al revés. Ahora que supero el medio siglo, he llegado a la conclusión que la madurez es una etapa para disfrutarla, no para castigarse. Y en el caso de un futbolista, la madurez es temprana y dura: los focos del éxito se van extinguiendo. El futbolista se va apagando poco a poco y pasa a un anonimato que también ha de saber celebrar. Renace la persona, aquél chaval que disfrutaba jugando al balón en el barrio de San Isidro, en su Getafe infantil. Y su fútbol debe ir acorde con su carrera, con su trayectoria, con cada etapa de su vida.

Conozco a Jose más por lo que hace (no sólo en un campo de fútbol, sino lo que sé de él) que por quién es. De hecho, he tenido un par de conversaciones triviales con José Morales en algún desplazamiento, poco más. Otros sabrán más cosas de él por él mismo. Pero os aseguro que de sé de él… Y es por eso que puedo afirmar que El Comandante no se rinde, no da su partido por perdido. Se revela contra todo, quiere recoger ahora todo el cariño y fidelidad que él ha dado al Levante. Pero eso nunca lo va a decir. Aunque lo espera. Si está aquí y ahora, es porque ha querido. Sin duda. Oportunidades de salir, muchas. Siempre cerró la puerta. El Levante le sacó de la clase turista y le dio la oportunidad de ir en primera. Y él así lo ha expresado siempre. Esa inteligencia (es mi opinión) que ha mostrado siempre que ha defendido que quedarse en el Levante era lo mejor para él, es su mayor aval. Sobre esa premisa de cabeza bien asentada, José debe escribir su futuro más próximo.

A Morales le queda un año de contrato y se acerca el momento de la renovación. Más allá de cuestiones económicas -en las que no entro-, la lógica futbolera más cutre dice que tendría que renovar a la baja, por su edad y su rendimiento. Su fútbol da síntomas lógicos de agotamiento o, al menos, con chispazos cada vez más esporádicos. Y los clubes -sobre todo los pequeños- necesitan que los recursos estén lo más eficazmente empleados para sobrevivir. Pero eso no quiera decir que ya no sea útil. Ni mucho menos. Sólo que tal vez ha de cambiar su rol en el club, consciente de que la vida de un deportista de alto rendimiento es mucho más corta que su trayectoria deportiva y que los años de dulce se reducen a las portadas y parabienes de entre uno y cuatro años como máximo, a no ser que seas Leo Messi o tengas el instinto de Cristiano Ronaldo. En éste último caso -similar al de Morales– su físico marcará su final. En el caso de Messi, no. Andando (como juega ya muchas veces) es y será determinante.

La gran decisión

José debe perderse por Sevilla y tomarse unas cervezas con Joaquín que, cerca de los 40 y en su Betis de toda la vida, todavía sigue dando guerra y deja alguna que otra perla. Curiosamente, el Betis sufrió una de sus galopadas míticas. El gran Morales necesita un reseteo, sobre todo mental, necesita re-conocerse. Saber cuando su fútbol puede volver a lucir, para volver a ser letal. Debe hablarlo con el entrenador de turno, estudiarse, valorarse en su justa medida y tomar la decisión de hacerse fuerte en un vestuario que le necesita, esté o no en la pizarra inicial. Su gesto desencajado y desesperante cada vez que es cambiado, le delata y no le ayuda. Alguien quien se obceca en ser quien ha sido, simplemente se estrella.

José Morales debe renovar y el Levante debe renovarle, con cariño y con agradecimiento -ahí lo dejo- El club debía de haber aprovechado la pandemia para ofrecer un abrazo al jugador que mayor fidelidad le ha demostrado. Los aficionados nos quedamos con los Iborra, Ballesteros o Juanfran, los de la casa que siente el hierro. Pero todos se fueron a crecer en otros sitios (está claro que no era el mismo Levante el de entonces que el de ahora). Morales salió a Eibar y regresó para no volverse a ir. Se quedó incluso cuando el equipo bajó y fue el faro del equipo de Juan Ramón López Muñiz en el ascenso. Su rédito es infinito por ello. Pero el fútbol tiene escasa o nula memoria. El día a día y, sobre todo, las frustraciones cuando se encadenan malos resultados, hace que nadie esté a salvo de la furia, y más ahora con las redes sociales. Apartando a los voceros, la mayoría de granotas aplaudirán que el jugador de un paso hacia su nueva realidad y el club le reconozca los méritos y premie su sentimiento. No se trata de una renovación más, se trata del futuro de un futbolista ejemplar en su trayectoria deportiva. Un futbolista de club y del Levante. Sin más.

Foto portada: Web oficial de Levante UD, levanteud.com

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Dirigir el cambio

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Igual que el confinamiento invitaba a la reflexión -había tiempo-, la desescalada invita a la precipitación. Somos así. El primer segundo de cada nueva situación, festejamos: caminos apestados de nuevos runners, peluquerías llenas el día de la reapertura, bares abarrotados cuando levantaron la persiana. Por no hablar de los centros comerciales, la panacea del ocio urbano. Ahora, todo está igual que antes, o peor porque la economía no permite la euforia del inicio sino que invita a la contención. Quien no puede permitirse la peluquería, se compra el tinte. Ése es el lema tras la eclosión. Hablamos de la importancia de dirigir el cambio.

Todos salimos de la zona de confort, cansados de la soledad y a la espera de recuperar lo que queda de nuestra antigua vida. Con la recuperación, todo se ha ido poniendo en el sitio. Así gestionamos los asuntos propios. Previsión, momento, oportunidad y una nueva realidad, un proceso cíclico, con cambios casi diarios. Y no pasa nada.

Quien más rápido se adapte, mejor saldrá. A caballo con ello y hablando con la gestión público-privada, quien mejor domine el ansia, tenga mano izquierda ante la incertidumbre y decida con diligencia, también mejor saldrá. Hay que manejarse con la agilidad de una startup, capaz de adaptarse a los cambios de manera rápida y poco traumática, y la robustez de una gran empresa, de movimientos quasi funcionariales.

Aprender a cambiar…

Y digo ésto porque se debate ahora el nuevo curso escolar. Que si la ratio, la distancia, los protocolos, que si hará falta más gente… Pretendemos gestionar lo que pasará en septiembre (queda tan lejos), en una realidad que, a cada segundo, es cambiante. Cierto que hay que prever, pero lo malo es que lo hacemos con voluntad de permanencia. Y es un sinsentido. La desescalada nos ha enseñado a que se puede gobernar de dos semanas en dos semanas e, incluso, menos, con rectificaciones sobre la marcha. Y no pasa nada.

Una buena forma de dirigir el cambio es la de tener una mentalidad abierta, ser cambiante. Pero casi siempre, la burocracia (no sólo en lo público) es la piedra en el zapato que muchas veces nos impide andar. No nos adelantemos, pongamos fecha (a la reapertura) y hagamos una declaración de intenciones (lógicos protocolos, con horquillas muy abiertas). No vaya a pasarnos como con las mascarillas: cuando fueron necesarias, eran recomendadas. Y ahora que hay un gran debate sobre su uso generalizado (o no), son obligatorias.

Las medidas urgentes tienen que tener ese valor. Y no podemos mirar para otro lado cuando la evidencia nos lleve a pensar a la permanencia. Es la norma, hay que cumplirarla. Si no sirve, fuera. De hoy para mañana. No esperar.

«La desescalada nos ha enseñado a que se puede gobernar de dos semanas en dos semanas e, incluso, menos, con rectificaciones sobre la marcha. Y no pasa nada»

El próximo curso…

Entiendo que la gobernanza obliga a la prudencia, y así debe ser. Entiendo que en la educación es tan importante el conocimiento como la buena conducta. La apertura de los colegios supone la vuelta a la más absoluta normalidad, al fin y al cabo, seamos sinceros, más allá de la preocupación por la formación y la gran e impagable labor del profesorado y la importancia vital que tiene en la sociedad, es también la guardería que permite recuperar a los padres nuestra actividad. ¿Cómo será la escuela del curso que viene? Pero si hasta hace nada, no sabíamos ni cómo iba a acabar éste.

La gestión de la escuela es esencial en la programación de la vida de los padres (rutinas, trabajo, etc.) pero no por esa necesidad, hemos de adelantar decisiones de carácter permanente que, además, supone emplear muchos recursos (que no son ilimitados), como profesores, cuidadores, materiales, etc… Prudencia. Y, cuando se tengan evidencias, determinación. Si hace falta, adelante. Y, por cierto, ni una palabra de digitalización, trabajo en remoto o combinación de prácticas presenciales y online. Pinchemos el salvavidas.

Life goes on

No hay nueva normalidad porque, aunque hemos sufrido una importante (y tal vez necesaria) parada del reloj de la globalización, la realidad volverá a imponerse y volverá a ser universal, encontraremos el camino para vivir sin morirnos atacados por un virus, volveremos a sentir que los días no tienen la sensación agónica y encontraremos en nuestro quehacer diario nuestro sentido. La vida sigue (life goes on)

La intrahistoria de este miedo, de esta pandemia, de este confinamiento, quedará en nuestra memoria colectiva, con el dolor de todos aquellos que se han dejado a alguien en el camino. Algo que, desgraciadamente, no es nuevo, como ocurrió con las víctimas de guerras, terrorismo, accidentes de tráfico, catástrofes naturales, enfermedades, hambres o un largo etcétera de causas-. A toro pasado, puedo decir que mi abuelo se murió poco antes de empezar esta pandemia, con 102 años, a punto del 103. Y yo me alegro que se haya ido sin necesidad de conocer todo esto que nos ha tocado vivir. Ya tuvo lo suyo.

Toda esta situación acabará como un susto, del que (espero) aprenderemos. Pero se olvidará, se irá de nuestro día a día. Eso sí, creo que hemos aprendido para siempre a emplear un minuto, o más, en lavarnos las manos.

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Voces apagadas del fútbol

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La reciente ‘amputación’ de la LFP a la entrada de la gran mayoría de radios a los campos con la excusa del Covid_19, otro error del negocio del fútbol, que se aleja de sus orígenes.

Me crié con Héctor del Mar, con aquellos cantos de goles eternos. Crecí con Gaspar Rosety, para mi gusto, el mejor narrador que he escuchado, un referente, como lo es Javier Ares en el mundo de la bici. Luego han ido sucediéndose muchos. Fue la razón primaria por la que me metí en este mundo, aunque luego mi trayectoria haya ido por casi todos los medios. A la radio llegué no hace mucho. Recuerdo que las transmisiones gozaban de realidad espacio-temporal en mi cabeza. Escuchar una jugada, un gol y ponerle imagen en tu cabeza… y corroborarla después con la imagen del resumen del partido. Esperabas con expectación el papel de calco para corroborar aquel sonido con aquella imagen: desde el gesto técnico del jugador hasta la celebración. Todo era detalladamente cantado por el narrador en el campo y plasmado por mi imaginación en mi cabeza. Brutal.

Y entre toda esa pasión por el fútbol de voz sin imagen, mi pequeño granito de arena de aportación a la causa narrando en tele, pero también en radio. La radio, como dice mi amigo Manolo Montalt, es pasión. Y La Liga está intentando bajar la voz de la radio (igual que la imagen de los fotógrafos, que también han visto mermada su libertad para trabajar y, por tanto, su propio trabajo). La entrada reducida de periodistas a los campos de fútbol así parece barruntarlo. Apagar la voz apasionada del periodista más cercano al aficionado, es un error, uno más que aleja a los consumidores de los actores. El narrador necesita el escenario para contextualizar su discurso, para ofrecer el sentimiento, para corroborar el discurso. Ahora, está condenado (si sobrevive), a poner voz desde un estudio, con la visión sesgada de una imagen de televisión y sin la fuerza del ambiente, aunque sea sin público.

No por avisado, deja de sorprenderme. Hay quien dice que esta es una decisión programada con malicia desde hace tiempo por La Liga de Tebas, que ha encontrado en el Covid_19 su excusa perfecta. Los clubes asienten, a pesar de que la mayoría de clubes ven como su actualidad queda reducida a la de teloneros de los grandes, colaborando con bajar la voz de los que amplifican su discurso y mantienen el hilo con sus aficionados. De locos. Al fin y al cabo, la venta colegiada de derechos audiovisuales permite a los clubes su supervivencia. Por eso, ese recelo en volver a jugar este año, no sólo en España sino en toda Europa. Salvar el fútbol, salvar el pastel y repartirlo. Pero claro, cuantos menos estemos en la fiesta, más nos toca a cada uno. De cajón.

«Los clubes asienten, a pesar de que la mayoría de clubes ven como su actualidad queda reducida a la de teloneros de los grandes, colaborando con bajar la voz de los que amplifican su discurso y mantienen el hilo con sus aficionados. De locos»

Las radios locales, en definitiva, la prensa local es la gran vertebredora de esta gran pasión que es el fútbol. Vale que es un negocio, caro y hiperinflacionado, pero el gran consumidor del fútbol no es el que ve los partidos el domingo en la tele, sino aquél que los ve, los escucha por la radio y lo sigue por las redes sociales. Y todos son necesarios, sino queremos que los campos se vacíen, no por el virus de la corona, sino por el virus de la avaricia. Bien haría la liga (vale también para la ACB) de agilizar medidas para universalizar el fútbol. A ver si, como pasa con las compañías eléctricas o de telefonía móvil, cuidamos más al cliente nuevo (un neocelandés, freaky de Liverpool y consumidor de la liga española) que al cliente fidelizado, un vecino de Patraix, que deja de dormir cada vez que su equipo le da un disgusto. Y, luego, cuando queramos reaccionar, lo hagamos tarde.

El daño ésta hecho

Escuchar el fútbol coral de la radio ofrece aire fresco en el bunker en el que clubes y futbolistas se han instalado, cada vez más alejados de la vida real y de muchos de los que los idolatran, los aficionados. Dar voz a la radio más cercana es, además, dar oxígeno a muchos compañeros que, con mucho esfuerzo y dificultades, pueden seguir viviendo sin abandonar una profesión que se nos cae a trozos. Pero ellos sabrán, si quieren que el silencio de los campos cerrados al público se extienda más allá de lo pandémico. El daño ya está hecho: la estocada es profunda en la profesión, y como ha pasado en casi todos los ámbitos en esta pandemia, los más débiles son los que más están y van a sufrir. Ánimo compañeros

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Equidistancia

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Decimosegundo y último capítulo de Reflexiones en confinamiento. Cierro el círculo: Equidistancia (subtítulo de este blog)

Sobre el concepto de hoy, he de reconocer que cada vez me encuentro más cómodo cuando me acusan de equidistante, a pesar de que los que la utilizan, lo suelen hacer como arma arrojadiza, acentuando su concepto negativo: el equidistante es el que no quiere mojarse (después volveré sobre el tema). Y como casi todo, en esta crisis sanitaria del coronavirus, en donde curiosamente la distancia es un elemento esencial para detener la pandemia, uno de los términos que se ha puesto de moda es éste. Su uso se ha generalizado en la batalla dialéctica sobre la gestión de la crisis, pero también de otros temas con gran impacto social: manifestaciones, protestas, etc. A los que lideran las campañas y acusan de equidistancia los que no entran o entramos en el carril de los bandos, no les interesa analizar, sino el enfrentamiento y la acusación que se deriva de ella. El clásico, y tú más.

Según la RAE, equidistancia es ‘la igualdad o distancia entre dos puntos u objetos’. Si a los puntos, les llamamos partidos (no ideologías), si los puntos nacen de posiciones firmes en cuanto a cuestiones cambiantes… Soy y me considero equidistante. Incluso me podéis acusar de ello. Lo acepto con gusto.Si nos referimos a valores, a opciones éticas, a situaciones concretas, a filosofía, a pensamiento político, a exigencias de gestión de lo público, a derechos sociales, a talento personal y empresarial, a iniciativas privadas que mejoren lo público, a sanidad universal, no soy equidistante. Todo me representa. El feminismo, el ecologismo, las luchas contra cualquier tipo de racismo, contra la pobreza, contra la desigualdad en todas sus acepciones, contra el cambio climático, contra cualquier abuso de poder y autoridad, contra etc. todos ellos con un matiz no militante, estarán siempre en mi diccionario.

¿Que tenemos que partir de grupos de presión y que mi posición no es muy solidaria ni útil socialmente? Entiendo la crítica, la respeto. Pero tras muchos años de reflexión he llegado a la conclusión que la militancia, como me pasa con la mentira, no va conmigo. Me siento mal vociferando algo en lo que no estoy cien por cien convencido. Y, además, no me gustan las acciones y políticas de gestos’ ni las’poses’, sí las acciones y los hechos. Lo siento. La militancia exige fidelidad en el fondo y, sobre todo, en las formas. Y yo ni soy ni quiero ser fiel. Priorizo mi libertad de pensar lo que quiera en cada momento y opinar en consecuencia. La no-militancia me permite ser crítico con los que he votado y con los fieles seguidores y defensores que les siguen. Incluso me auto-excluyo de la opinión cuando la fuerza dominante exige determinación, fidelidad como forma de cerrar filas. No me interesa. Eso sí, mi más absoluto respeto a todos los que militáis. Nada que reprochar, al contrario. Valoro vuestra entrega desinteresada a una causa. Y, lógicamente, como parte, no sois equidistantes.

Cada vez me atraen más aquellas personas que exponen para que luego, la gente disponga. Que tratan al seguidor de forma inteligente. Si no te declaras feminista, eres machista. Si no te pones la bandera española, eres separatista; si te la pones, eres facha y si eres abortista, te importa un pimiento la vida. Son los mismos que no pueden entender a un trabajador de derechas, un empresario de izquierdas, o un párroco defensor de la decisión de la mujer para decir cuándo y con quién quiere tener un hijo. Nos encanta clasificarnos porque nos ayuda a ordenarnos, a situarnos en un ente global como es el pensamiento. Como cuando nos poníamos en fila en el cole: cada clase en una fila, y uno detrás de otro. Pa’dentro y cada uno a su clase. Ese es el orden. Es fácil de entender y de seguir. Marco mis seguidores y señalo mis adversarios, muchas veces, enemigos.

 «Un «equidistante» no es el que se sitúa exactamente en un punto intermedio, sino el que elude constantemente ser situado», comienza diciendo Miguel Pasquau en su Brevario sobre equidistancia. Y no le falta razón. Lo eludo, pero lo hago voluntariamente. Ese es mi sentido de libertad: de pensamiento y de opinión (entre ellas mi negativa a hablar de partidos, sólo hablo de ideas). Pero también dice que no toda equidistancia debe sonar a cobardía. Y, para situar esta acepción, elijo una frase de su perfil que me ha encantado y que suscribo totalmente cuando habla sobre qué le ocupa: dice tener «un cierto compromiso con ideas políticas reacias a las simplificaciones sesgadas de los bandos». ¿No tiene ideas políticas? Las tiene, por supuesto. Como yo y como todo el mundo. Pero nadie le debe ni le puede exigir definirse en cada uno de las posiciones que el día a día de la agenda política nos marca.

Turnismo - Wikipedia, la enciclopedia libre
Turnismo frente a pactismo. Caricatura de Sagasta y Cánovas del Castilo, el turnismo español del XIX

Respeto y entiendo a los que detestan las mayorías silenciosas. Incluso, hay cierta superioridad intelectual de los que militan sobre los que no. Dicen los que militan: «yo por lo menos, estoy dentro y lucho, me posiciono, me dejo ver, me pongo frente a…tú no, y por tanto luego no tienes derecho a la queja«. Surge entonces lo que ellos señalan como el equidistante, el apolítico (algo que no existe, porque la simple elección de no elegir ningun partido ya es una opción) En la mercadotecnia electoral se llaman los indecisos que son lo que, además, suelen decidir las batallas de los votos. ¿Por qué la política actual tiene tan bajo nivel? Seguramente (y como hemos visto en las deserciones de numerosos partidos), porque como la militancia no tiene que ver con la ideología, sino con el reparto del poder, todos los que llegan para cambiar algo se suelen ir escocidos, incrédulos y disgustados del sistema de partidos y de bandos. Algunos, incluso, ya ni llegan. Renuncian. Y yo nunca me posicionaré en un bando, sí en una opción ideológica y de pensamiento, que son las que permiten el debate, el análisis, el acuerdo y el avance. Este país avanza, más por necesidad que por gusto o opción preferente, hacia la cultura de acercamiento y de pacto, producto del fin del bipartidimo. Pero, desgraciadamente, seguimos más instalados en el decimonónico turnismo (foto) que en el pactismo. A medida que aumenten los pactos (y más si son transversales, como ha pasado en Alemania, por ejemplo), se reducirán los voceros que claman contra los acusados y condenados equidistantes.

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