Decimosegundo y último capítulo de Reflexiones en confinamiento. Cierro el círculo: Equidistancia (subtítulo de este blog)

Sobre el concepto de hoy, he de reconocer que cada vez me encuentro más cómodo cuando me acusan de equidistante, a pesar de que los que la utilizan, lo suelen hacer como arma arrojadiza, acentuando su concepto negativo: el equidistante es el que no quiere mojarse (después volveré sobre el tema). Y como casi todo, en esta crisis sanitaria del coronavirus, en donde curiosamente la distancia es un elemento esencial para detener la pandemia, uno de los términos que se ha puesto de moda es éste. Su uso se ha generalizado en la batalla dialéctica sobre la gestión de la crisis, pero también de otros temas con gran impacto social: manifestaciones, protestas, etc. A los que lideran las campañas y acusan de equidistancia los que no entran o entramos en el carril de los bandos, no les interesa analizar, sino el enfrentamiento y la acusación que se deriva de ella. El clásico, y tú más.

Según la RAE, equidistancia es ‘la igualdad o distancia entre dos puntos u objetos’. Si a los puntos, les llamamos partidos (no ideologías), si los puntos nacen de posiciones firmes en cuanto a cuestiones cambiantes… Soy y me considero equidistante. Incluso me podéis acusar de ello. Lo acepto con gusto.Si nos referimos a valores, a opciones éticas, a situaciones concretas, a filosofía, a pensamiento político, a exigencias de gestión de lo público, a derechos sociales, a talento personal y empresarial, a iniciativas privadas que mejoren lo público, a sanidad universal, no soy equidistante. Todo me representa. El feminismo, el ecologismo, las luchas contra cualquier tipo de racismo, contra la pobreza, contra la desigualdad en todas sus acepciones, contra el cambio climático, contra cualquier abuso de poder y autoridad, contra etc. todos ellos con un matiz no militante, estarán siempre en mi diccionario.

¿Que tenemos que partir de grupos de presión y que mi posición no es muy solidaria ni útil socialmente? Entiendo la crítica, la respeto. Pero tras muchos años de reflexión he llegado a la conclusión que la militancia, como me pasa con la mentira, no va conmigo. Me siento mal vociferando algo en lo que no estoy cien por cien convencido. Y, además, no me gustan las acciones y políticas de gestos’ ni las’poses’, sí las acciones y los hechos. Lo siento. La militancia exige fidelidad en el fondo y, sobre todo, en las formas. Y yo ni soy ni quiero ser fiel. Priorizo mi libertad de pensar lo que quiera en cada momento y opinar en consecuencia. La no-militancia me permite ser crítico con los que he votado y con los fieles seguidores y defensores que les siguen. Incluso me auto-excluyo de la opinión cuando la fuerza dominante exige determinación, fidelidad como forma de cerrar filas. No me interesa. Eso sí, mi más absoluto respeto a todos los que militáis. Nada que reprochar, al contrario. Valoro vuestra entrega desinteresada a una causa. Y, lógicamente, como parte, no sois equidistantes.

Cada vez me atraen más aquellas personas que exponen para que luego, la gente disponga. Que tratan al seguidor de forma inteligente. Si no te declaras feminista, eres machista. Si no te pones la bandera española, eres separatista; si te la pones, eres facha y si eres abortista, te importa un pimiento la vida. Son los mismos que no pueden entender a un trabajador de derechas, un empresario de izquierdas, o un párroco defensor de la decisión de la mujer para decir cuándo y con quién quiere tener un hijo. Nos encanta clasificarnos porque nos ayuda a ordenarnos, a situarnos en un ente global como es el pensamiento. Como cuando nos poníamos en fila en el cole: cada clase en una fila, y uno detrás de otro. Pa’dentro y cada uno a su clase. Ese es el orden. Es fácil de entender y de seguir. Marco mis seguidores y señalo mis adversarios, muchas veces, enemigos.

 «Un «equidistante» no es el que se sitúa exactamente en un punto intermedio, sino el que elude constantemente ser situado», comienza diciendo Miguel Pasquau en su Brevario sobre equidistancia. Y no le falta razón. Lo eludo, pero lo hago voluntariamente. Ese es mi sentido de libertad: de pensamiento y de opinión (entre ellas mi negativa a hablar de partidos, sólo hablo de ideas). Pero también dice que no toda equidistancia debe sonar a cobardía. Y, para situar esta acepción, elijo una frase de su perfil que me ha encantado y que suscribo totalmente cuando habla sobre qué le ocupa: dice tener «un cierto compromiso con ideas políticas reacias a las simplificaciones sesgadas de los bandos». ¿No tiene ideas políticas? Las tiene, por supuesto. Como yo y como todo el mundo. Pero nadie le debe ni le puede exigir definirse en cada uno de las posiciones que el día a día de la agenda política nos marca.

Turnismo - Wikipedia, la enciclopedia libre
    Turnismo frente a pactismo. Caricatura de Sagasta y Cánovas del Castilo, el turnismo español del XIX

    Respeto y entiendo a los que detestan las mayorías silenciosas. Incluso, hay cierta superioridad intelectual de los que militan sobre los que no. Dicen los que militan: «yo por lo menos, estoy dentro y lucho, me posiciono, me dejo ver, me pongo frente a…tú no, y por tanto luego no tienes derecho a la queja«. Surge entonces lo que ellos señalan como el equidistante, el apolítico (algo que no existe, porque la simple elección de no elegir ningun partido ya es una opción) En la mercadotecnia electoral se llaman los indecisos que son lo que, además, suelen decidir las batallas de los votos. ¿Por qué la política actual tiene tan bajo nivel? Seguramente (y como hemos visto en las deserciones de numerosos partidos), porque como la militancia no tiene que ver con la ideología, sino con el reparto del poder, todos los que llegan para cambiar algo se suelen ir escocidos, incrédulos y disgustados del sistema de partidos y de bandos. Algunos, incluso, ya ni llegan. Renuncian. Y yo nunca me posicionaré en un bando, sí en una opción ideológica y de pensamiento, que son las que permiten el debate, el análisis, el acuerdo y el avance. Este país avanza, más por necesidad que por gusto o opción preferente, hacia la cultura de acercamiento y de pacto, producto del fin del bipartidimo. Pero, desgraciadamente, seguimos más instalados en el decimonónico turnismo (foto) que en el pactismo. A medida que aumenten los pactos (y más si son transversales, como ha pasado en Alemania, por ejemplo), se reducirán los voceros que claman contra los acusados y condenados equidistantes.

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