Sustituir lo caducado por nuevo. El valor de lo nuevo, la degradación de lo viejo, de lo vivido, de la historia, del pasado, de la memoria (visto ahora con la invasión de Ucrania y la discrecionalidad del relato de la historia, por ejemplo). La volatilidad del momento. Las nueva psicología motivadora, proactiva, inspiradora, generadora de autoestima, de felicidad. La foto de Instagram (una historia es igual a 24 horas), la felicidad intermitente de la milésima de segundo, la voluntad de ofrecer una imagen happy, seas persona física, empresa o institución. Es lo moderno. El marketing (que me apasiona, en lo teórico), ha acabado por hacer sucumbir lo viejo, por desuso. Ni que decir que casi todo lo que se fabrica se hace con fecha de caducidad. Estudiado plan de degradación y recambio. Antes, se cambiaba una pieza, ahora se cambia todo. Y no es ni bueno ni malo. Sólo hace falta saberlo. Y si no caduca, lo vendemos, tratando de obtener una renta para adquirir algo mejor y, quién sabe, si hasta más barato.

Hoy, he hablado con una amiga a quien, después de 27 años en una conocida cadena de alimentación, le han dicho que no sirve. Bueno, no. Que no sirve, no. Que no sirve a ese precio. Vamos, que ellos no pagan experiencia sino resistencia, que ellos no quieren trato sino rellenar cuadrantes, y que el cliente no es el objetivo último, sino el bolsillo, porque si de eso se tratara, nadie mejor con experiencia de compra que un trabajador veterano, por supuesto que cuidado y no quemado. Creen que les sale a cuenta (de resultados) prescindir de un perfil con experiencia que beneficiarse de sus servicios. Y así les lucirá el pelo. La gestión de recursos humanos se ha convertido en un cuadrante de contratación, sin más rigor que el de ocupar puestos, horarios en función de perfiles recauchutados (y en eso el sistema educativo tiene que ver), es decir, currículos brillantes y completos, con miles de anotaciones y escasos de caliu y sobre todo faltos muchas veces de habilidades de gestión y de empatía.

Y esto no tiene que ver con generar beneficios, ni con los míos y los tuyos. Sino todos. Y no tiene que ver con las grandes&pequeñas empresas. Ni mucho menos. Grandes y pequeñas empresas tratan de cuadrar presupuestos y cuentas de resultados. Nadie quiere (ni debe) trabajar a costes o pérdidas, por supuesto. Y las empresas y los trabajadores autónomos, menos. Aquellos que veáis en esto una crítica ideológica, os equivocáis (y sé que en todos estos temas hay un componente ideológico muy marcado, y sobre todo mu compartimentado).

Simplemente, reflexiono sobre cómo equilibrar edad y salario. Estas multinacionales ofrecen altos salarios a trabajadores cualificados y/o expertos en puestos-clave para obtener resultados mayores. Y nadie les dice nada cuando los ofrecen y sí cuando prescinde de ellos. Lo dicho: hoy todo caduca, no sólo el yogur o la leche. Si los sectores económicos, en general, grandes y pequeños, lo hacen es porque todo el mundo lo da por supuesto. Sólo los obsoletos procesos de acceso a la función pública garantizan una caducidad racional. A cambio, un proceso (de selección) ineficaz y de resultado no-justo al priorizar contenidos buscando una pretendida (y no conseguida) igualdad. Ni son justos ni son igualitarios. Es injusto, pero tal vez inevitable.

Ahora que las generaciones más numerosas, los del conocido babyboom llegamos a las edad en las que topamos con el final de nuestras trayectorias profesionales y la complicada gestión de las jubilaciones futuras, sería conveniente que revisáramos qué queremos ser como sociedad y qué reglas nos debemos proponer, unos y otros. Y eso no es culpabilizar a las nuevas generaciones, al contrario, ya que en muchos casos éstas viven perdidas al retrasar sus decisiones vitales, no sólo por el embudo de acceso al mercado laboral sino también por el enorme impacto del exceso de proteccionismo de las nuevas generaciones de padres y, como consecuencia de ellos, del buenismo en el que muchas veces cae el sistema educativo. Lo que debemos es pensar en todo lo que caduca y cómo caduca, sea persona, cosa e, incluso, proceso, y también en todo lo que llega con fuerza, vigor y mucho talento desde abajo. Y darnos un equilibrio

Mentoring inverso

El reverse mentoring (mentoring inverso) es uno de los ejemplos que podría servir para permitir una línea de pensamiento que permita ayudar a ese nuevo equilibrio. Fue aplicado por algunas grandes empresas con la aparición de internet. En general, consiste en que las generaciones más jóvenes ayudan a sus jefes en algún concepto que no dominan. Por ejemplo, entender mejor los nuevos procesos de digitalización. El habitual tutor pasó a ser alumno de aquellos que tenían el conocimiento y les faltaba la experiencia. Equipos de trabajo que debían equilibrar conocimientos y acercar a empleados con rangos diversos con el fin de aprovechar los recursos (humanos) de una forma más racional en beneficio de toda la sociedad mercantil. Lo contrario es lo que hemos vivido con  los bancos y sus servicios online. La queja es más que justa. Pero la solución (ofrecerles el antiguo servicio de atención personalizada), no es acertada. No les vendas productos, enséñales a fabricarlos, decían al inicio de la revolución industrial. Pues eso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *