Pablo le observa detrás del telón de un escenario oscuro. En la otra parte, un niño llamado Callum Haworth, ataviado con la camiseta de su equipo, el Manchester City, y con el nombre de Mini-Zaba a la espalda. Callum sube al escenario y una voz en off le pregunta porqué le gusta Pablo Zabaleta -quien fuera jugador del conjunto de la Premier e internacional por Argentina. El chaval se sincera y empieza: «Me gusta porque es mi jugador preferido, y cuando estuve enfermo…» Se da cuenta que Pablo está detrás (lo escucha). El bueno de Zabaleta abre el telón y grita: «Mini-Zaba, Mini-Zaba… « Callum sale corriendo a los brazos de su madre, desconsolado.

Zabaleta se fue del Manchester en el 2017. Pero antes quiso saber qué pensaban los aficionados sobre él, una iniciativa inusual, tierna y refrescante para el bunkerizado mundo del fútbol profesional, alejado peligrosamente de la gente. Para ello reunió a siete aficionados cityzers en un escenario, mientras él escuchaba lo que decían para después salir a saludarlos y agradecerles su testimonio… Todo se gravó en un video, que el club difundió en sus redes sociales.

Pablo había acudido con anterioridad a visitar a Callum al hospital cuando estuvo enfermo. Y el niño, al saber que estaba detrás, se derrumbó, lloró desconsoladamente en los brazos de su madre. Luego, el chaval se fundió en un abrazo eterno con Pablo, que lo cogió en brazos. «Pesas mucho, ¿eh?», le dijo. «Te acuerdas dónde nos vimos la primera vez, Callum? «En el hospital», le respondió el niño entre sollozos, casi sin poder hablar y pegado a su pecho, sin mirarlo. «Ha pasado mucho tiempo, has crecido mucho», continuó el jugador. Y luego, recogió el papel que Callum había preparado para leerle. «Has sido una inspiración para él», le dijo el padre a Pablo Zabaleta.

Toda la prensa internacional recogió el gesto, la anécdota. Sin Callum, seguramente el video hubiera pasado desapercibido. Imagen curiosa en una televisión, un destacado en un periódico, un audio en la radio, con un comentario sentimental, y una buena retahíla de likes en las redes sociales. La presencia del niño todo lo cambió. Y empezó a circular. Yo no lo vi en su momento, pero el abogado Borja Pardo (fundador del portal deportivo Sphera Sports) lo rescató y lo compartió en su cuenta de Twitter, pegándolo a mi memoria, donde quedará grabado eternamente. Cierto que a mi tampoco me hubiera impactado tanto el video sin Callum. Lo que verdaderamente me entristece e indigna a partes iguales es que hablemos de ello como algo anecdótico, y no como algo habitual y cercano.

Pedja, el ídolo

Cuando me inicié en el periodismo deportivo tuve la suerte de vivir todavía la magia de los aficionados y sus ídolos. Las puertas abiertas a los aficionados eran habituales. Recuerdo un día, en la Ciudad Deportiva del Valencia, por la tarde, un entrenamiento de un día festivo. Paterna estaba abarrotado (igual que ahora… sic) de aficionados viendo el entrenamiento y esperando pacientes a que salieran los jugadores de las duchas. La sala de prensa estaba enfrente de la salida principal, y los jugadores tenían que recorrer un río de gente hasta llegar al lugar donde esperábamos. En aquella época era habitual que se hablara todos los días y también que los futbolistas hablaran con los aficionados.

Era el año de la eclosión de Pedja Mijatovic. Con sus pantalones de pinzas, su camisa ancha y de estilo hawaiana y colores estridentes, inició el camino hasta la sala de prensa. Pude comprobar como Pedja se paró con cada niño a firmar, con cada padre que le lanzaba literalmente a su hijo o hija para hacerse la foto. Fueron más de diez minutos de paciente paseo entre la gente. Los periodistas lo mirábamos desde la distancia, maravillados de la paciencia y la cercanía de Mijatovic. Sólo así, se entiende su posterior salida traumática del club. Era adorado. Y ya se sabe, en el amor, a mayor pasión, mayor dolor tras la ausencia. El fútbol, entonces, tenía alma, los jugadores eran personas cercanas. La gente acudía, pasaba la tarde cerca de sus ídolos. La mayoría de veces, la relación era la normal: aficionados adorando a sus ídolos. Las menos, de tensión, protestas, pancartas. Que las había, pero era parte del espectáculo.

La vida es pasión, y sin ella, la vida pierde color y se transforma en un relato de hechos en blanco y negro. Más allá de Pedja, Zabaleta o Ronaldinho, que también participó de esa cercanía y simpatía para con sus seguidores, tengo la impresión que todo aquello no interesa porque, utilizando un símil futbolístico, se tiene más miedo a perder que ilusión por ganar. Los clubes, los protagonistas del deporte (en su mayoría) viven en un mundo de serie de televisión. Hacen su particular Netflix cada día, y se pierden lo que más llena en esta vida: las emociones y los sentimientos.

La cercanía ficticia de las redes sociales no puede esconder a los protagonistas de la realidad. Nadie puede pretender que un mensaje, aunque vaya dirigido a ti personalmente, te llegue como ese abrazo eterno de Pablo a Callum, o esa foto de Pedja con el hijo de un abonado que se deja sus ilusiones en el club. Callum siempre será del City y de Pablo… y del City gracias a Pablo. Seguro que todos los niños que se hicieron la foto con Pedja aquella tarde camino de la sala de prensa son ahora del Valencia. El sentimiento de adhesión a una causa necesita de muchos pablos, muchos pedjas y muchos ronaldinhos y muchos menos organismos corporativos con inspectores de gestapo. Y necesita de mcuhos clubes que abran sus búnkeres hasta las entrañas. Nada tienen que esconder y pueden recoger mucho.

Esa misma tarde, en Paterna, había también algunos colegas que hoy representan a los clubes en sus departamentos de comunicación, haciendo y llevando a cabo una labor opuesta a la que presenciaron con admiración aquella tarde. La mayoría de clubes hacen jornadas extraordinarias de puertas abiertas en Navidad, como regalo a los niños. Qué suerte que para mí y para otros muchos niños de mi época y posteriores, la Navidad del fútbol fuera eterna, diaria. El bueno de Españeta o el gran Pirri, (utilleros entrañables del Valencia y del Levante) se hartaron a firmar en nombre de los futbolistas miles de balones, camisetas y todos los objetos que se les presentaban. Y Bernardo España fue despedido tras su muerte como una rutilante estrella valencianista. Que lo fue.

Los ídolos adoraban a sus gentes. Y eras correspondidos. El fútbol era más humano, más cercano, más emotivo, más vivo… con sentimiento. El deporte, en general, tiene que recuperar a su gente. En realidad, nunca lo debía de haber perdido. Y va por el camino contrario. De no hacerlo, tiene riesgo de acabar siendo intrascendente, por desapego. Y la lectura seccionada de las audiencias de televisión así lo atestiguan: los jóvenes ven menos deporte por televisión. Apunten

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