Compasión

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«Cuéntales que fui el lugar más calido que conociste y que me dejaste helada»

El sol y sus flores. Rupi Kaur

La empatía es la zona más cálida que tenemos. Queremos que nos entiendan y queremos, sobre todo, que quien está cerca sienta esa tierna mirada que complace nuestra necesidad afectiva. Nadie quiere verse sorteado por el agua caliente de la compasión (en sentido anglosajón, compassion, u oriental, ausencia de sufrimiento, alegría y fortaleza), y sí vernos realizados afectivamente con nuestras propias fortalezas. Te di todo el calor que puede generar mi afecto, y me devolviste una carta sin emoción: me dejaste helada. Sin sentimiento.

Traté de explicar que hay bloqueo emocional y no por ello, necesariamente, tiene que haber bloqueo sentimental. Se puede querer a alguien sin abrazos, como se puede leer un libro de amor sin alma en sus letras. Se estará enamorado, pero sin emoción, aunque se quiera querer. Es la burocratización de la emoción . Yo decido cuándo, cómo y de quién yo me enamoro. Sin contar, necesariamente, con esa persona, que aparece. La esencia está en la emoción, lo que genera ese sentimiento. Si el amor duele, si hay miedo en el cuerpo… hay emoción en ese amor. Si no duele o duele poco, la emoción es un pacto: el amor. Te quiero porque eres mío/mía.

Lo que nos provoca alegría, gozo, placer… es la emoción. Enamorarse es una decisión, la elección de una flor en todo un jardín, la resolución a un cruce de caminos. Lo importante es sentirnos emotivos (no sólo enamorados). La emoción es libre. El amor, no. Tal vez por eso existen tantos tipos de emociones: los que lo tengan a la patria, a su equipo, a su ciudad, pero también a tus hijos, a tu madre, a una comida, a una afición… En definitiva te enamoras afectivamente de lo que te hace feliz. Y eso debería ser el amor, en eso debería consistir enamorarse. Probablemente, lo menos cercano a la emoción puede que sea (nunca me atreveré a asegurarlo) el amor. Echadle un pensamiento.

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Minizabas contra el búnker

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Pablo le observa detrás del telón de un escenario oscuro. En la otra parte, un niño llamado Callum Haworth, ataviado con la camiseta de su equipo, el Manchester City, y con el nombre de Mini-Zaba a la espalda. Callum sube al escenario y una voz en off le pregunta porqué le gusta Pablo Zabaleta -quien fuera jugador del conjunto de la Premier e internacional por Argentina. El chaval se sincera y empieza: «Me gusta porque es mi jugador preferido, y cuando estuve enfermo…» Se da cuenta que Pablo está detrás (lo escucha). El bueno de Zabaleta abre el telón y grita: «Mini-Zaba, Mini-Zaba… « Callum sale corriendo a los brazos de su madre, desconsolado.

Zabaleta se fue del Manchester en el 2017. Pero antes quiso saber qué pensaban los aficionados sobre él, una iniciativa inusual, tierna y refrescante para el bunkerizado mundo del fútbol profesional, alejado peligrosamente de la gente. Para ello reunió a siete aficionados cityzers en un escenario, mientras él escuchaba lo que decían para después salir a saludarlos y agradecerles su testimonio… Todo se gravó en un video, que el club difundió en sus redes sociales.

Pablo había acudido con anterioridad a visitar a Callum al hospital cuando estuvo enfermo. Y el niño, al saber que estaba detrás, se derrumbó, lloró desconsoladamente en los brazos de su madre. Luego, el chaval se fundió en un abrazo eterno con Pablo, que lo cogió en brazos. «Pesas mucho, ¿eh?», le dijo. «Te acuerdas dónde nos vimos la primera vez, Callum? «En el hospital», le respondió el niño entre sollozos, casi sin poder hablar y pegado a su pecho, sin mirarlo. «Ha pasado mucho tiempo, has crecido mucho», continuó el jugador. Y luego, recogió el papel que Callum había preparado para leerle. «Has sido una inspiración para él», le dijo el padre a Pablo Zabaleta.

Toda la prensa internacional recogió el gesto, la anécdota. Sin Callum, seguramente el video hubiera pasado desapercibido. Imagen curiosa en una televisión, un destacado en un periódico, un audio en la radio, con un comentario sentimental, y una buena retahíla de likes en las redes sociales. La presencia del niño todo lo cambió. Y empezó a circular. Yo no lo vi en su momento, pero el abogado Borja Pardo (fundador del portal deportivo Sphera Sports) lo rescató y lo compartió en su cuenta de Twitter, pegándolo a mi memoria, donde quedará grabado eternamente. Cierto que a mi tampoco me hubiera impactado tanto el video sin Callum. Lo que verdaderamente me entristece e indigna a partes iguales es que hablemos de ello como algo anecdótico, y no como algo habitual y cercano.

Pedja, el ídolo

Cuando me inicié en el periodismo deportivo tuve la suerte de vivir todavía la magia de los aficionados y sus ídolos. Las puertas abiertas a los aficionados eran habituales. Recuerdo un día, en la Ciudad Deportiva del Valencia, por la tarde, un entrenamiento de un día festivo. Paterna estaba abarrotado (igual que ahora… sic) de aficionados viendo el entrenamiento y esperando pacientes a que salieran los jugadores de las duchas. La sala de prensa estaba enfrente de la salida principal, y los jugadores tenían que recorrer un río de gente hasta llegar al lugar donde esperábamos. En aquella época era habitual que se hablara todos los días y también que los futbolistas hablaran con los aficionados.

Era el año de la eclosión de Pedja Mijatovic. Con sus pantalones de pinzas, su camisa ancha y de estilo hawaiana y colores estridentes, inició el camino hasta la sala de prensa. Pude comprobar como Pedja se paró con cada niño a firmar, con cada padre que le lanzaba literalmente a su hijo o hija para hacerse la foto. Fueron más de diez minutos de paciente paseo entre la gente. Los periodistas lo mirábamos desde la distancia, maravillados de la paciencia y la cercanía de Mijatovic. Sólo así, se entiende su posterior salida traumática del club. Era adorado. Y ya se sabe, en el amor, a mayor pasión, mayor dolor tras la ausencia. El fútbol, entonces, tenía alma, los jugadores eran personas cercanas. La gente acudía, pasaba la tarde cerca de sus ídolos. La mayoría de veces, la relación era la normal: aficionados adorando a sus ídolos. Las menos, de tensión, protestas, pancartas. Que las había, pero era parte del espectáculo.

La vida es pasión, y sin ella, la vida pierde color y se transforma en un relato de hechos en blanco y negro. Más allá de Pedja, Zabaleta o Ronaldinho, que también participó de esa cercanía y simpatía para con sus seguidores, tengo la impresión que todo aquello no interesa porque, utilizando un símil futbolístico, se tiene más miedo a perder que ilusión por ganar. Los clubes, los protagonistas del deporte (en su mayoría) viven en un mundo de serie de televisión. Hacen su particular Netflix cada día, y se pierden lo que más llena en esta vida: las emociones y los sentimientos.

La cercanía ficticia de las redes sociales no puede esconder a los protagonistas de la realidad. Nadie puede pretender que un mensaje, aunque vaya dirigido a ti personalmente, te llegue como ese abrazo eterno de Pablo a Callum, o esa foto de Pedja con el hijo de un abonado que se deja sus ilusiones en el club. Callum siempre será del City y de Pablo… y del City gracias a Pablo. Seguro que todos los niños que se hicieron la foto con Pedja aquella tarde camino de la sala de prensa son ahora del Valencia. El sentimiento de adhesión a una causa necesita de muchos pablos, muchos pedjas y muchos ronaldinhos y muchos menos organismos corporativos con inspectores de gestapo. Y necesita de mcuhos clubes que abran sus búnkeres hasta las entrañas. Nada tienen que esconder y pueden recoger mucho.

Esa misma tarde, en Paterna, había también algunos colegas que hoy representan a los clubes en sus departamentos de comunicación, haciendo y llevando a cabo una labor opuesta a la que presenciaron con admiración aquella tarde. La mayoría de clubes hacen jornadas extraordinarias de puertas abiertas en Navidad, como regalo a los niños. Qué suerte que para mí y para otros muchos niños de mi época y posteriores, la Navidad del fútbol fuera eterna, diaria. El bueno de Españeta o el gran Pirri, (utilleros entrañables del Valencia y del Levante) se hartaron a firmar en nombre de los futbolistas miles de balones, camisetas y todos los objetos que se les presentaban. Y Bernardo España fue despedido tras su muerte como una rutilante estrella valencianista. Que lo fue.

Los ídolos adoraban a sus gentes. Y eras correspondidos. El fútbol era más humano, más cercano, más emotivo, más vivo… con sentimiento. El deporte, en general, tiene que recuperar a su gente. En realidad, nunca lo debía de haber perdido. Y va por el camino contrario. De no hacerlo, tiene riesgo de acabar siendo intrascendente, por desapego. Y la lectura seccionada de las audiencias de televisión así lo atestiguan: los jóvenes ven menos deporte por televisión. Apunten

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Certezas

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La RAE habla de la certeza como «un conocimiento claro y seguro de algo«. Con la disputa polarizada, la certeza es casi un imposible. Diríamos que es un anhelo, desde la objetividad, desde la mayoría silenciosa que no observa el mundo desde bandos irreconciliables. Tenemos tan interiorizado lo de posicionarnos, que no concebimos lo  contrario. Hay que mojarse. Las etiquetas, la militancia. Del facha al comunista, los adversarios se convierten en enemigos. Y todos caemos en ese rojo y azul tan característico. Michelle Obama avisa en su libro autobiográfico1 sobre su renuncia a entrar en política tras los ocho años de presidencia de Estados Unidos, y por tanto descarta emular a otra ex-primera dama, como Hilary Clinton. «En esa arena, no sé moverme», razona. Ni sabe ni quiere. Y cuenta esa experiencia casi agónica de su paso por la Casa Blanca. Poco debate de ideas, mucho pactismo y mucho clientelismo.

He llegado a la conclusión que, para la política actual, la polarización es necesaria. Las líneas rojas se crean, más que existen, por seguridad, por simplicidad, por sencillez. Adscribir es ordenar, poner en la columna correspondiente, como en una tabla de excel. Una forma de delimitar contenidos, una sencilla manera de organizar un relato. Lo ideal sería que fuéramos los ciudadanos los que trazáramos ese relato de nuestras opiniones e ideas. Pero no, es la opinión publicada y su versión moderna de las redes sociales, reflejo de la práctica política, la que la ha impuesto. Es la sociedad la que no sólo permite la adscripción incondicional a una causa, sino que la fomenta. Bandera, bufanda, colores, líderes. Y no sólo es ruido. Las encuestas lo dicen.

Ciencia polarizada

La ciencia también se ha visto afectada por este cáncer de la polarización. La pandemia ha hecho del habitual y necesario debate científico (la controversia razonada es parte del método), un motivo más de enfrentamiento. La polémica ha topado con miedos, inseguridades y una práctica mental en la que parece que todo se mueva desde el interés. El contubernio y, por ende, la conspiración asola todo lo que toca. De ahí, la sospecha y la trampa. La sensación de cobaya humana, de ser víctimas de los intereses ocultos de las farmacéuticas o del miedo por la falta de garantías (cuando nadie se plantea la garantía de un medicamento que el médico le receta para una dolencia común), están detrás del argumentario antivacunas que, por supuesto, tiene su reflejo en los bandos irreconciliables de la política, aunque éste sea, tal vez, más transversal.

La palabra libertad está de moda y se utiliza a conveniencia, según tu propia certeza. En nombre de ella se postulan antivacunas y pro-abortistas, por ejemplo. Casos extremos con un mismo modelo de argumentación: reivindico mi libertad en aquello en lo que tengo convicción y lo defiendo alegando un bien superior y global. La vida y la salud pública, respectivamente. Libertad individual en los dos casos, vista desde ópticas ideológicas contrarias pero con una lógica similar. Es un tema de prioridades y convicciones. El debate es, no sólo bueno, sino necesario. La confrontación es más cosa de partidos. La política debería ser otra cosa muy diferente a la que nos cuentan. Y lo peor es que ese virus político macarra, alejado de los consensos, infecta a todo lo que rodea a la política, la vuelve ineficaz, la banaliza y, a mi criterio, aumenta su desprestigio y descrédito.

1 «Jamás he sido aficionada a la política, y mi experiencia de los últimos diez años no ha contribuido a cambiar eso. Siguen desanimándome todos sus aspectos desagradables, la división tribal entre rojos y azules, la idea de que debemos elegir un bando y apoyarlo hasta el final, incapaces de escuchar a los demás, de llegar a un acuerdo (…) En el mejor de los casos, la política puede ser un medio para conseguir cambios positivos, pero sencillamente no estoy hecha para luchar en esa arena» Del libro Mi Historia, de Michelle Obama.

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