Noche de fin de año. Alrededor de una mesa, ya hartos del jalo y ataviados con el cotillón esperamos ansiosos el nuevo año. Nunca pensamos en lo que vendrá, sino en que venga mejor. «Yo brindo por la salud porque sin salud, no hay nada más», siempre hay alguien que dice esa noche. La salud se da por sentado, que se quiere y se tendrá. Así lo pensamos mucho este pasado fin de año, y mira por dónde, nos salió rana. Rafael Bengoa, uno de los expertos en salud más importante de este país, lo acaba de decir: «sin salud, no hay economía», cuando le preguntaban si esa realidad dual ha sido el problema de esta pandemia. Lo ha dicho a pasado, cuando la desescalada se aceleró buscando evitar el caos económico. En la vida, las decisiones a medias no suelen salir bien, sobre todo cuando los problemas son de enjundia. Y nadie puede decir a estas alturas, que en occidente casi todo ha sido así, a medias. O sea, mal.

Bengoa venía a quejarse (como otros muchos científicos) de la falta de una evidencia científica global, un organismo (más allá de la errática OMS) que centralice todo lo que se hace, se dice y se aconseja, que unifique el mensaje, insisto. Un comité de expertos que fiscalice a los que deciden. Ya dije que éste del Covid_19 es más un tema de comunicación, y me reafirmo. Ese comité ha de empezar por enviar mensajes claros a una ciudadanía deseosa y exigente de las mayores certezas posibles, aunque éstas vayan llegando poco a poco. El proceso de desarrollo de la ciencia y su modus operandi es otra de las grandes aportaciones del virus: el error es parte de la decisión (prueba y error), sin traumas y sin exigencia irracional de responsabilidades ni culpas, como nos ha enseñado la vieja y la nueva política, en la que el reproche es el rey. Ir por una calle de un pueblo, sólo, sin nadie a tu alrededor, con más de 30º y con mascarilla es estúpido, producto de una norma en bruto. Y hablo de la mascarilla porque es la que más ha cambiado nuestras vidas y, ponerse a un lado u otro de su uso, no es inteligente, pero pasa. Esta discusión viene derivada de una norma extensa, no focalizada. Cuando la norma se excede, el efecto es el contrario, como en la adolescencia. Y ahí radica que este país sea el más restrictivo con el uso de mascarillas y uno de los líderes en número de contagios.

La crisis del urbanita

Buena salud, seguro, será el deseo global este próximo fin de año. Salud y libertad. Y aire puro, sin virus. Cuando los expertos te dicen que evites aglomeraciones, mantengas distancia, ventiles, etc… te están invitando a abandonar la ciudad, centros neurálgicos de la epidemia y lugar de transmisión y de riesgo. Los grandes eventos, la party de las grandes urbes también han entrado en revisión. El ocio masivo se tambalea. Porque, aunque es seguro que venceremos al virus, hay cierta evidencia en que otros llegarán y veremos de qué manera actúan.

Las grandes urbes, nacidas bajo el foco de la industrialización y fomentadas por un exceso sobrevalorado del ocio en manada -todo lo tengo cerca y la oferta es más amplia-, están en el ojo del huracán en tiempos de pandemia. Salir de tu casa y encontrar ríos de gente es como sentir la civilización y tener una sensación de seguridad. Y, cuando nos agobiamos, buscamos el campo. Este país es mayoritariamente de pueblo, pero vive en grandes ciudades. Ahora, las urbes están en el punto de mira de la pandemia, pero las consecuencias/decisiones han sido igual para todos, y eso ni es justo ni se puede dejar de corregir. La España vaciada ya había dado signos de hartazgo antes de la pandemia. Con ella, más y con razón.

En todo caso, apuesto ruralizar las ciudades y no urbanizar los pueblos. Para ello hay que reducirlas, bajar su densidad, y también empezar a cambiar el estilo y las prioridades de vida. Pasar la tarde en un centro comercial es, seguramente, el paradigma del urbanita. Y ahora, están casi cerrados o son vistos con recelo. Siempre he vivido en un pueblo pero he hecho mucha vida en la ciudad. Desde hace tiempo, huyo de la gran urbe. El coronavirus lo ha acelerado. Soluciones urbanas a realidades rurales es otra de la falta de registro en las decisiones. Sólo con haber focalizado las decisiones y haber evitado la generalidad (confinamiento global) se hubiera ganado tiempo y dinero. Pero los nombres pesan (Madrid, Barcelona, Nueva York, París…) y los números, como en la noche electoral, también. Un abuso…

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