Dice el diccionario que el detalle no es algo indispensable, no es algo que forme parte esencial de un objeto, de un concepto. Simplemente lo completa. Detalle en sentido de accesorio, como en los coches. Pero en la industria del automóvil lo indispensable marca el precio base, y los accesorios (los detalles), la calidad y, por tanto, las gama y el mayor precio. En la vida, el confort está en el estilo, en el pormenor, e el detalle. Está claro que podemos conducir con un coche pelado, sin demasiadas pijadas, pero también lo está el hecho de que hay pijadas que colman tu conducción, empezando por las más básicas (seguridad, frenos) y acabando por las que acomodan la experiencia de uso (wifi, navegador, cámaras de aparcamiento, pantallas táctiles, localizador, sistema de velocidad crucero, etc.). El placer de… conducir, en este caso. El placer de lo bien hecho.

En las relaciones interpersonales pasa lo mismo, y a todos los niveles. Leí el éxito de un buen jefe, además de su aptitud y valía, está en el hecho que sea buena persona. El buen jefe, la buena pareja, el buen hermano, la buena amiga, como pasa en la parábola del buen Samaritano. La importancia está en las obras que no dejen las acciones en simples palabras. Y, al contrario, los buenos detalles que pueden cobijar a obras, aunque estas no sean del todo buenas. Podemos entender las decisiones, buenas o malas de acuerdo a nuestros intereses, de acuerdo a una lógica de ponernos en el zapato del otro. Pero lo que nunca entenderemos es que a la razón lógica de la decisión, se le añada el enseñamiento de quien no cuida el detalle, por temor, por riesgo o, simplemente, porque tal vez entiende la injusticia o inoportunidad de sus decisiones. Es decir, que causa un daño no deseado pero también mal gestionado. Y pasa más de lo que creemos, y a todos los niveles.

Con el paso del tiempo, he dejado de discutir los hechos, las cosas, las decisiones. No sirve de nada. Y más ahora, en una situación de tanta polaridad ideológica y social. Ahora trato de entenderlas y, sobre todo, reclamar que la puesta en marcha de las mismas tengan, al menos, la humildad, la delicadeza y la diligencia del empoderado, de quien las toma, de quien tiene la capacidad de decidir en tu nombre (y en el suyo). Y ahí, creo, por naturaleza, los humanos nos perdemos en juicios y, sobre todo, prejuicios. Los primeros, cuando nos vemos en la lógica de la superioridad moral de tener la razón, y los segundos, cuando nos hacemos a la idea de aquello tan viejo de que cree el ladrón que todos son de su condición.

Si todos pensamos que sólo la razón (decisión, relación, etc) nos legitima para la toma de decisiones, independientemente de los pormenores que llevan a la misma, podemos reducir nuestra razón y, por consiguiente, tener muchas probabilidades de eliminar nuestra ventaja ética. Lo más importante de los detalles está en la bondad del que cree que hacer el bien cuesta muy poco y, como se definía el poeta Antonio Machado en su Retrato: «…y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno» Y el detalle edulcora, reviste y hace la vida, como el coche, más placentera y confortable.

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