Bulos. Reflexiones en confinamiento. Fake News

Reflexiones del confinamiento. Semana 5

Reconozco que es algo muy personal. Mi relación con la mentira es traumática, no la soporto. Ni la piadosa ni la obstinada, ni la malintencionada. Ninguna. Probablemente, porque no se me da nada bien mentir, porque voy corto de preparación para interpretar. O, simplemente porque, culturalmente, la mentira siempre ha estado en la punta de la pirámide de mi comportamiento como persona, mi ética vital. Y a veces, me toca pagar un precio excesivo: o entras en el juego o te quedas fuera. Ingenuidad.

Pero, en fin, como está ahora de moda decir: tolerancia cero con la mentira. ¿Por qué? Pues porque, la ‘mentira’, sea de la clase que sea, crea inseguridad: no sabes a qué atenerte. Las hay de todos los tipos, la mentiras piadosas, las medias mentiras, en sentido positivo, las medias verdades. Cierto es que, cuando estudiaba en periodismo, ya nos decían: la verdad absoluta no existe. De ahí que mi relación con la mentira sea, si cabe, mucho más agónica todavía. Por eso, ahora digo: es mi verdad, la que trato de argumentar. La deontología y la ética personal, nos deben llevar siempre a buscarla. La verdad es reputación, credibilidad. La mentira es engaño, farsa, bulo… esos que unos y otros se encargan de combatir y que unos y otros practican como equilibristas ideológicos.

El confinamiento, el estado de alarma y la dolorosa sangría provocada por una pandemia letal y que provoca tanto sufrimiento presente y futuro, con un incierto porvenir vital, ha potenciado la proliferación de las llamadas fake news o bulos, todos ellos interesados y propagados a través de ese gran ente contagioso como son las redes sociales. Nada nuevo, más allá de la propia pérdida de credibilidad de aquél que las usaba (como yo) para informar y estar informado. Empiezo a perder interés, y como yo, muchos, en alimentar a estas plataformas, de cuya utilidad no dudo, pero sí de su uso: probablemente, tendrán que exigir que quien escriba o las utilice, salga del anonimato, sino están destinadas a desparecer o, perder protagonismo. Es por ello que las compañías propietarias de las redes sociales se intentan proteger, aún a riesgo de que las acusen de censura. Al final, la mentira y quien hace de ella su modo de actuación, lo acaba infectando todo. En la comunicación, el Covid-19 de este tiempo de incertidumbre y de odio permanente que vemos en las redes, se llama bulo. Eliminarlo es imposible, está en la misma esencia del ser humano. Todo vale para conseguir tu objetivo. Para mí, no. El nuevo cometido del periodismo, en mi opinión, tiene que estar en filtrar, depurar, jerarquizar y trasladar la información y la opinión más veraz. Para ello (y esto es lo difícil), el periodismo debe aislarse de los elementos que lo distorsionan, como son los lobbies que alientan estos bulos con determinados objetivos. Y muchos usuarios que, utilizados y decantados, se dejan llevar por los likes.

Los bulos no tienen padrinos ni autores, pero todos los censuran -cuando son los de los otros. El bulo es un elemento distorsionador siempre, y en momentos de crisis, más. La mal llamada transparencia es, como la objetividad periodística, un deseo, una pretensión. Cuando uno presume o habla de garantizar la transparencia es porque sabe que no la tiene. Todo el mundo (y más el estado, los gobiernos que los regentan y toda la sociedad) considera que hay cosas ‘que no se debe saber’. Y, seguramente, será así. Pero, mientras eso sea así y no exijamos tener la máxima información, no podremos exigir a nadie (ni siquiera a nuestros gobernantes) que no mientan o que no falseen la realidad con medias, piadosas o benignas mentiras con las que, dicen, nos endulzan nuestra existencia. El bulo hace que la gente desconecte, se desinterese, no escuche a aquellos (otra vez los bandos) que, a uno y otro lado, se tiran sus mentiras a la cabeza, con el ‘y tú más…». Ha dicho el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, que esta crisis del ‘coronavirus’ se va a llevar por delante a toda la clase política de España, que tendrá que tomar decisiones bravas y duras. El bulo es el Covid-19 de la clase política, porque provoca el confinamiento voluntario de la sociedad respecto de quienes gobiernan. Y esa desconexión siempre es grave porque puede aparecer alguien que se aproveche del desaguisado para lograr su objetivo: poder. Y ahí, en esa batalla, vamos a perder todos. No dejemos que los que más ladran se lleven ese botín.

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